Castalia en un play-off destila un punto de irrealidad, de pensamiento mágico. El ambiente, el ánimo, el escenario y el legado construyen un halo especial, sedimento de arraigo de batallas pasadas. Pero cuando pasan los minutos el fútbol vuelve al albinegrismo a la realidad. Y la realidad de la quinta temporada en la cuarta división del fútbol español es dura, y es cruda. Ayer, al descanso, contra la Peña Deportiva de Santa Eulalia del Río, lo mejor que podía decir el Castellón era que no había perdido la cabeza, que seguía empatando a cero.

Pero algo queda ahí, un misterio genético quizá, que de vez en cuando despierta y mueve la maquinaria.

De repente, no pregunten cómo, en Castalia se enciende la mecha. La chispa puede ser cualquier cosa y no siempre parece tener sentido. La chispa en el Castellón-Peña Deportiva, en la ida de la primera eliminatoria de ascenso, fue un doble cambio: la entrada de Jorge y Raúl Fabiani. Castalia vio un tallo de casi dos metros, que debutaba y chocaba al límite en el primer balón. Castalia se encendió, Castalia vio algo a lo que aferrarse. Al poco, Ebwelle, el negro travieso que no conoce el miedo, limpió a tres rivales para rozar el gol de la tarde. Castalia bramó como Castalia sabe bramar, y la Peña Deportiva se acordó de Fabiani, de Ebwelle y de que enfrente estaba el Castellón, el jodido Club Deportivo Castellón, que olió la duda en el rival y afiló el colmillo letal para dejar de sufrir por un momento. Solo habían pasado cinco minutos que parecieron eternos, cuando Ebwelle, el enano de gigantesca fe, bailó otra vez sobre el alambre. El lateral Pau cedió la falta en el costado y Charlie Meseguer enroscó el dulce a la testa de Arturo Navarro, que cabeceó picado al rincón y festejó el gol, el único gol del partido, como se debe celebrar un gol de esos: desencajado, irracional, feliz, inmortal al cabo, en la esquina que une Gol Norte con Tribuna. Castalia, claro, se venía abajo.

Cinco minutos. Ni uno más. Uno se pasa la vida esperando esa clase de cinco minutos.

Contención

El resto no fue así. Ni antes ni después. Al partido lo marcó la contención. Kiko Ramírez juntó a Castells con Carlos López en la medular y ancló a sus laterales, precavido, atadas las alas. En el primer tiempo, el Castellón apenas generó peligro. Un desborde de Rida y otro de Ebwelle fue lo más significativo de la faceta ofensiva. Nada: el centro del primero lo despejó Rubén en área pequeña, adelantándose a Meseguer; y la incursión del segundo terminó en saque de puerta, porque ni siquiera llegó a centrar. Los albinegros tuvieron mucho el balón pero nadie lo tocó más que los centrales. Pocas veces esa distracción inicial sirvió para desarbolar a la Peña Deportiva que, una vez superado el arreón inicial, fue llevando el encuentro a su terreno. De hecho, los mejores remates fueron visitantes. Avisaron pronto, llamando a la incertidumbre: en el minuto 8, Juanfran concedió un despeje hacia el medio que plantó a Pacheta frente al meta Álvaro. Fue Arturo quien molestó lo justo, el que cuerpeó y ayudó a que el disparo se marchara fuera. Los baleares parecieron cómodos en la pradera de Castalia. Atrás sujetaron con facilidad a Vicent Albert, evaporado; delante, sin mucho ruido, pusieron a prueba a Álvaro otra vez, poco antes del descanso. El portero albinegro repelió un cabezazo picado de Pando.

Después, en la segunda parte, los cambios. Con Fabiani en el verde, los pelotazos empezaron a cobrar sentido. La segunda jugada, allí donde Castells sacó la escoba, se tiñó de blanco y negro. Ebwelle abrió el abanico y ventiló el ataque de los suyos. Por él pasó todo. El casi gol, el gol y el casi segundo, en un arrebato de Dani Pujol que Ebwelle finalizó alto. Quedaba el resuello postrero y, como al principio, donde el aficionado pedía sangre, Kiko recomendó cabeza. El Castellón temporizó con la entrada de Marenyà y solventó los apuros del descuento, custodiando en defensa el premio: el gol de bronce del 1-0, la ilusión intacta para la vuelta y cinco minutos para el recuerdo.