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«Nosotros» y «eso»

Hay que estar un poco loco para ir a Castalia esperando ver fútbol, y hay que estar un poco loco para no ir a Castalia si te gusta el fútbol.

Saber que el domingo, pase lo que pase, acabaremos la noche borrachos en Ibiza, ayuda bastante.

Vivimos durante cada promoción unas semanas de realidad paralela. Hay algo casi mágico en ello. Te encuentras sentando cátedra a aquellos que hace un mes aseguraban que el Castellón estaba muerto. Escuchas a aquellos que decían que subir o no subir daba lo mismo, que no importaba, discutiendo una ausencia en el once inicial de Kiko.

Igual sí importa, oye, igual no está el Castellón muerto.

Hubo un momento en la ida, en Castalia, que el fútbol fue lo que debería ser. Entró un delantero que no habíamos visto en la vida, pero arrambló a un rival en un balón dividido, y rugimos. Arrancó Ebwelle en dos travesuras consecutivas, bailando en el alambre irresponsable, valiente y juguetón, y rugimos. Enroscó Meseguer la faltita lateral y Arturo, el chico de mi barrio, el que creció jugando en la placeta de Grapa, salió del fuera de juego para cabecear picado a la red, y rugimos. Corrió entonces Arturo desbocado hacia el córner en la celebración, un Tardelli de este siglo, un Grosso bianco e nero, y rugimos.

A Gol Norte, desde la distancia del pupitre de prensa, había que verlo, aunque seguro que debía ser mejor estar ahí enganchado: se desparramaba como casas colgantes, caía en sí mismo envuelto en una cascada albinegra, danzaba febril en un cortejo ancestral y vivísimo. En una combustión veraz y espontánea.

Yo construiría una ciudad en torno a eso. Yo construiría un país en torno a eso. Yo construiría una religión en torno a eso.

Pero quién soy yo.

No conozco nada que defina mejor el nosotros que eso.

Cuando acabó todo, bajando por la rampa del parking, pensé que bueno, ese rato ya no nos lo robaba nadie. El martes, por gentileza de Onda Cero y en el restaurante Mediterráneo, compartí tertulia con Guille y Marenyà. Dijo Marenyà algo cierto. Se sufre, claro que se sufre, pero el gozo de la recompensa, el disfrute del pitido final, de los aplausos de ida y vuelta entre la grada y el césped, la sensación de satisfacción por haber hecho feliz a tanta gente, compensaba todo padecimiento.

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