El fútbol le ha deparado al Castellón, en este lustro en el fango del infrafútbol, situaciones de lo más absurdas. Ayer se jugaba el futuro en Santa Eulalia del Río. Se jugaba la vida, como decimos los cronistas. A la hora convenida asomaron los equipos, muy serios y eso, lo típico, por el túnel de vestuarios, y la atronadora megafonía del campo municipal pinchó el himno de la Peña Deportiva. Los visitantes no lo esperaban. No era aquella la banda sonora que uno elegiría para esta película futbolera que nos montamos. Porque mientras el cerebro albinegro se movía por territorios trascendentales y fronterizos al drama, la canción contaba una historia de alegría y felicidad, de mujeres que se enamoran de los muchachos de la Peña sin que los foráneos llegáramos a entenderlo del todo. Las cabezas del Castellón susurraban tambores de guerra y el himno de la Peña cantaba sus ripios, en una realidad paralela. Y así es difícil.

Pero no imposible.

El Castellón está una eliminatoria más cerca del ascenso de categoría. Aún le separan dos de la Segunda División B, pero sale reforzado de la primera tras superar con tesón a la Peña Deportiva balear. Como en el partido en Castalia, el Castellón abrochó la portería a cero y arañó un gol a pelota parada. Para que más. Ayer, en otro encuentro igualado, Álvaro sacó la manopla que debía sacar y Fabiani metió el gol, de nuevo en una acción de estrategia, que había que meter. El 0-1 de la vuelta se unió al 1-0 de la ida para agrandar la marea albinegra y empujar al Castellón hacia el siguiente desafío.

Picaba el sol en el campo municipal, las aficiones convivían a la sombra de la única grada del recinto y el viento siseaba lo suficiente para condicionar el juego de ambos equipos. El Castellón, con Eolo a favor, salió al partido como debía y quería salir. Es fácil decirlo y supongo que no tanto cumplirlo. El caso es que suyo fue el primer ataque, el primer balón al área y el primer tiro. Desviado y lejano, de Fabiani en el minuto 6, pero tiro. Kiko Ramírez adaptó su plan al verde artificial del municipal de Santa Eulalia del Río. La mecánica de saque de Alberto Ramos, desde la banda, acaparó protagonismo de entrada. Pronto, como en la ida, se vio que la batalla andaría pareja. El duelo bailó en un cuadradito. Las chispas saltaban en todo lo que ocurría entre los dos centrales albinegros -Guille y Arturo- y los dos pivotes -Castells y Carlos López-. Por ahí se ganaron el pan Pacheta y David Camps, los puntas locales, dos buscavidas de manual. Alrededor suyo nació todo el peligro. Cuando embolsaron el balón largo, lo asearon y montaron el ataque simple y efectivo -la primera gran ocasión, una incorporación del lateral De las Heras que sorprendió a Juanra-, y cuando el barullo derivó en falta o situación a pelota parada -una volea en la segunda ola del otro lateral, Pau Pomar, que exigió el paradón crucial de Álvaro Campos, con la ayuda del travesaño-.

Contra las cuerdas, en un momento delicado, el Castellón no se descoyuntó. Ese es el mayor mérito de la panda de supervivientes, del bloque que ha cincelado Kiko durante meses contra el estado de opinión generalizado. Es el Castellón un equipo en el sentido amplio del término, y eso es oro en este tipo de partidos a cara de perro. Es un equipo que falla, como todos, y al que no le sobra apenas nada, pero nunca se desarbola. Al contrario, replicó casi de inmediato, con un arrebato de Dani Pujol que repelió Torres a quemarropa. Destacó el portero local, suplente en la ida, máxime en contraste con Moro, que jugó en Castalia. Volvió a aparecer en el minuto 39, cuando el partido era un tuya-mía de acciones de estrategia, al desviar a córner una volea picuda de Carlos López.

El acierto. El que separa la dicha del lamento, el que divide el fútbol entre vencedores y vencidos, asomaba al fondo como juez impío de la eliminatoria. Buscando gol, al descanso, Kiko miró al banquillo y vio al máximo goleador albinegro. Charlie Meseguer saltó a calentar con ese trote tan suyo, remolón, ensayando la cara de póker. Era la misma cara de póker con la que chocaba manos al final del partido, en el verde sintético balear y en plena fiesta, era la misma cara con la que saludaba al respetable desde su asiento de autobús al salir del recinto y era la misma cara de póker que gastaba cuando enroscó la falta, como en la ida, la decisiva, al corazón del área. No fue un gran golpeo, en realidad, fue un golpeo regular tirando a malo, flojeras, corto, no sabemos si queriendo o sin querer, pero el caso es que la pelota fue donde Raúl Fabiani estaba. Y Fabiani, el tifón albinegro ya con el viento en contra, pareció por un momento un jugador distinto al que durante toda la tarde estaba siendo. Controló, cargó el disparo y en media acrobacia voleó al palo contrario, de zurda, un golazo de esos que se rubrican con medio segundo de silencio, el mejor medio segundo que te puede regalar la vida, el medio segundo que separa el deseo y la incredulidad -¿Es gol?- de la constatación -¡Es gol!-.

Y lo fue. Gol, partido y eliminatoria. Era el minuto 76. Invasión de campo, puños al aire, sofocos ibicencos y toda esa gloria dominical y veraniega. Al éxtasis visitante le siguió un arreón de orgullo local y Álvaro apareció otra vez inmenso, para desviar una rosca de Ramiro al larguero. Kiko cumplió con lo suyo, el director de orquesta sin lírica: cambios garrameros, tanganitas y pérdidas de tiempo. El Castellón haciendo a otros lo que siempre otros le hacían al Castellón. El Castellón, en definitiva, ganándose el derecho de otras dos semanas de ilusiones y sueños.