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Mucha calma

Se ha hablado poco del mérito de la victoria del Castellón en Ibiza. Salieron los jugadores y sonó el himno de la Peña Deportiva de Santa Eulalia del Río. Sonó muy alto y sin avisar, así, a traición: «las chicas guapas cuando se van a acostar dejan la puerta abierta por si alguno de la Peña quiere entrar». Lo juro, decían eso y decían más: era presentarte en el primer capítulo de Generation Kill y que pusieran la banda sonora de El Guateque. Una genialidad músico-táctica. Es increíble que los nuestros jugaran un partido tan serio después de eso. Es increíble que nadie se descolocara. Es increíble que ganaran después del shock.

Pero sí. Estaba viendo el partido y pensé, joder, somos el puto Huracán. El Castellón ha sido en esta primera eliminatoria el tipo de equipo que solía joder al Castellón en este tipo de eliminatorias. Cómo y cuánto lo odiaría si lo tuviera enfrente, cómo y cuánto disfruto con esta panda luichista que va rapiñando resultados sin pedir perdón por ello. El equipo de Kiko Ramírez ha sabido sufrir y sobre todo ha sabido competir. Capear esos minutos inevitables en los que aprieta el rival: que el portero, inmenso Álvaro, pare las que tiene que parar. Aprovechar esos minutos inevitables en los que la inercia te va a ayudar: la pelota parada, goles que valen doble, un bloque que vale bronce, dos semanas más para soñar.

En Ibiza acertó hasta con el sorteo, que le permitió jugar con el viento. Le salió a Kiko el partido que había imaginado, madurándolo con el músculo y matándolo con la varita de Charlie. En Málaga se empieza casi de cero. El rival no lo quería nadie, para qué nos vamos a engañar, pero ya puestos, puede tener su parte positiva. Permite mantener el perfil bajo de humildad, ceder iniciativa y favoritismo, controlar cualquier amago de exceso de euforia alrededor, cualquier tentación de relajo en el interior.

Que se equivoquen los otros. Que se confíen los otros. Que nosotros somos terceros, feos y malos.

Estoy contento, en fin, creo que se me nota, con el rumbo que lleva el play-off. Estoy cuadrando los tempos como un robot: escritura, fiestas, resacas y tensiones competitivas. Chova organiza los viajes, Escrig y Eloy estudian los rivales y yo aporto belleza, estilo, clase y saber estar. Uno aprende a tomar distancia, a dosificar esfuerzos, a relativizar dramas, a valorar frescuras y a saborear ligerezas sobre el mar. Porque el Castellón del curso pasado, y todos quizá contribuimos a ello, se excedió de intensito. Vale un detalle para explicarlo: el día de la vuelta contra el Linares el equipo se concentró en un hotel costero [pero el ruido de las comuniones no le dejó descansar apenas], y llegó en autobús al estadio, provocando una recepción multitudinaria [pero el equipo entró tarde al vestuario, no hubo tiempo siquiera de dar la charla y así jugó y se la pegó: taquicárdico y acelerado].

Este año no: la grada para la grada y el fútbol para los futbolistas. Rutinas, estudio, trabajo, normalidad y calma. Ante todo mucha calma.

Me gusta que así sea y, en el fondo, me gusta volver a Málaga. Hace más de una década, allí viví mi primer partido como periodista. Era otro filial y sobre todo otro Castellón aquel, peleando por mantener la categoría en Segunda División. Yo estaba con Alcarria en la cabina y de repente una paloma se estrelló contra el cristal con gran estruendo. Rozamos el infarto, claro, pero ahora con el tiempo le encuentro la gracia e incluso la enseñanza. En un campo de fútbol puede ocurrir cualquier cosa, lo más inesperado, aquello que cuando cuentes nadie creerá: que un pájaro se suicide una soleada y azul mañana de domingo, que suene el himno de la Peña Deportiva o que el Castellón ascienda, por ejemplo, sin hacer mucho ruido.

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