A Patricia Campos Doménech (Onda, 1977) muchos la conocen por ser la primera mujer piloto de reactor de las Fuerzas Armadas, otros por tener el mérito de haberse convertido en la primera entrenadora española de un equipo de fútbol en Estados Unidos, pero en los últimos años se ha dado a conocer gracias al proyecto solidario que inició en Uganda hace un par de años y con el que ha movilizado a medio mundo.

Tras la sonrisa que siempre luce en su rostro, hay una historia de superación y constancia que ahora se atreve a contar. En «Tierra, mar y aire», la ondense hace un viaje en el tiempo que la lleva a rememorar los capítulos más importantes, y a la vez más duros, de su vida. Desde los problemas que vivió cuando tan solo era una niña hasta la discriminación que sufrió en el Ejército, las dudas al descubrir su sexualidad y el miedo que sintió cuando se fue a África a enseñar a jugar a fútbol a los más necesitados.

«Para mí escribir este libro es una forma de liberación. Es una forma de expresar lo que he vivido, he sufrido y nunca he contado. Me he sentido muy bien mostrando sin miedo quién soy realmente», explica la autora, quien además es embajadora de ONU Mujeres.

Sin lugar a dudas, su etapa universitaria supuso un antes y un después. Le sirvió para huir del autoritarismo que sufría en casa con «un padre bebedor, maltratador e infeliz»; para hacer amigos; reafirmar su sexualidad -la que había negado durante tanto tiempo- y confirmar dos de sus aspiraciones: jugar a fútbol y ser piloto.

Empujada por la ambición que siempre le ha caracterizado, Patricia entró en las Fuerzas Armadas tras hacer las oposiciones a oficial, pero sus alas se rompieron al llegar de nuevo en un mundo machista que le recordaba a los muchos episodios que había vivido de pequeña. Allí se dio cuenta de que el Ejército solo tolera a las mujeres porque la ley así lo exige y tuvo que hacer de tripas corazón ante sus compañeros de la Escuela Naval y la Escuela de Helicópteros, aguantando constantemente chistes machistas y homófobos. «En la Armada no me querían porque era una mujer, molestaba, les obligaba a replantearse muchas cosas. Pero yo conseguí pasar todas las pruebas y eso me dio cierta sensación de venganza: no me queréis, pero estoy aquí y no me podéis echar. Estuve en el Ejército ocho años y los primeros fueron durísimos. No estaba nada cómoda, me veía obligada a esconder mi condición sexual para no tener problemas, aguanté porque tenía un objetivo muy claro», recuerda.

Cuando vio que aquello ya no le compensaba decidió pedirse una excedencia y dedicarse a su otra pasión, el fútbol, deporte en el que se había cobijado durante ese tiempo en el equipo de la Armada Americana, donde además conoció a su actual compañera, Mia. En 2013 ambas se instalaron en Carlsbad (California) y Patricia se dedicó a entrenar hasta que Mia fue destinada a otro país y entonces optó por llevar esa pasión que ella sentía por el fútbol a lo más profundo de África.

«Cuando acepté el reto, realmente no sabía lo que me esperaba y fue bastante más duro de lo que me había imaginado», relata. En Uganda pasó miedo, se sintió sola, estuvo enferma e incluso intentaron secuestrarla. Pero ella aguantó con la misma fortaleza que mostraba en casa cuando su padre no le dejaba jugar a fútbol o cuando sus compañeros del Ejército la menospreciaban.

Esa actitud es la que le ha llevado a ser hoy en día quien es y a conseguir todo lo que se ha propuesto, luchando desde el primer día por demostrar que una mujer puede conseguir todo lo que se proponga.