Una de esas máximas impepinables del fútbol afirma que un equipo no llega campeón a ningún torneo. Los equipos campeones se cincelan durante los partidos, donde no hay éxito sin padecimiento previo. Los futbolistas necesitan haber sufrido juntos en los momentos malos, haber superado durante el camino los suficientes obstáculos para construir la coraza que el fútbol te va a exigir a la hora de la verdad. El Castellón de Kiko Ramírez, ese que se retorció sin delanteros en la Rosaleda para negar el gol al filial de los 96 tantos en Liga, es uno de esos ejemplos que validan teorías. Son días de euforia e ilusión entre la parroquia albinegra, ávida por que llegue el domingo y registrar en Castalia, contra el Gavà y en la ida de la última eliminatoria de la fase de ascenso a Segunda B, una de las mejores entradas de su historia. Son días de orgullo albinegro, pero no siempre fue así, esta misma temporada.

Nadie lo sabe mejor que Kiko Ramírez, principal artífice del inesperado progreso del Castellón en una campaña tremendamente complicada. La resaca del no ascenso de 2015 se alargó innecesariamente con la renovación de Ramón María Calderé. El técnico, como tantos otros, no pasó del mes de octubre. Por el camino cayeron pesos pesados como Rubén Suárez o Javi Selvas y se destrozó el ecosistema del vestuario. A su llegada, Kiko Ramírez se encontró un plantel atormentado, tocado en el amor propio y superado por el contexto. Las trompetas anunciaban el apocalipsis pero Kiko tenía un plan que, fase a fase, peldaño a peldaño, se está encargando de completar.

Escalada

Lo primero que dijo e hizo Kiko fue aprovechar lo que la plantilla daba de sí. Instaló una sana meritocracia. Luismi Ruiz fue el ejemplo: de elemento residual pasó a base de esfuerzo y rendimiento a pieza indiscutible en el once. Ese primer Castellón de Ramírez se sustentó en el trabajo colectivo, en la varita de Pruden y en el estoque goleador de Meseguer.

La transición hacia un estilo más defensivo, o menos suicida que el anterior, costó de digerir. En su primer partido en Castalia, Kiko recibió su bautismo. Contra el Orihuela, con 1-0 y antes de la remontada visitante, tras una serie de ataques en contra, un espectador se levantó de su asiento y gritó a pleno pulmón: ¡Barraquero!

Aquel grito se escuchó porque el curso ha sido complicado en las gradas. El horario matinal, con el que el club insistió sin éxito hasta la primavera, restó afluencia y sobre todo animación en el estadio. Kiko detectó, ya en aquel primer partido contra el Orihuela, que el ambiente enrarecido de Castalia (con denuncias incluidas del presidente a aficionados) era una losa en la mente de varios jugadores. Algunos bloqueos fueron evidentes. El entrenador gastó mucha energía en la desdramatización. Hubo disfraces, barbacoas y salidas al cine. Bailes en el vestuario antes de los partidos. Perder el miedo al ridículo fue uno de los objetivos. Poco a poco y mal que bien, el Castellón fue sumando hasta alcanzar en remontada la zona de promoción.

Reinventar

Llegado el mercado invernal, Kiko perdió a su futbolista más desequilibrante. La venta de Pruden al Atlético de Madrid obligó a la reinvención. Ya entonces el plantel sufría problemas de impagos, una circunstancia prolongada que el técnico supo capear, blindando al vestuario de influencias externas. El Castellón se reforzó pensando en la fase de ascenso (de Juanfran a Tariq pasando por Arturo), aunque todavía debió pelearla. Fue clave la secuencia magdalenera: la victoria en Vila-real frente a un rival directo y la goleada en Castalia, donde Ebwelle empezó a emerger como ídolo.

El equipo avanzó y avanza a relevos: unos de Antonio, otros de Tariq, más de la complicidad Marenyà-Meseguer, el oxígeno de Carlos López o el sprint final de Vicent Albert, clave para alcanzar la tercera posición en el balcón de lo decisivo. Una vez ahí, Kiko recogió los frutos de lo sembrado. El Castellón está siendo el equipo solidario y competitivo que visualizó a su llegada en octubre. A base de predicar con el ejemplo, ha mutado el escepticismo de la grada en confianza. Después de manejar con sabiduría la escasez, le toca administrar la abundancia.