Tres semanas han pasado ya desde las Elecciones Generales. Tres semanas que nos han servido para reflexionar y constatar que nada ha cambiado, que todo sigue igual.

Comienza el verano bajo la sombra de un desgobierno que hace mucho que se encuentra fuera de plazo. También de lugar. Evidentemente, no hablo de desgobierno refiriéndome a la inexistencia de un gobierno de facto, sino por la falta de ejercicio de este como tal, siempre y cuando entendamos por gobierno aquel que se ejecuta en beneficio de los gobernados.

El ombliguismo de quien entiende el poder como algo que le pertenece y no como un mero medio, provoca que estas hayan sido probablemente las elecciones en las que menos se haya hablado de propuestas reales, de reacciones al dramático envejecimiento -no solo demográfico- que está sufriendo nuestra sociedad a pasos agigantados, en definitiva, que menos se hable de personas. Por contra, ha fomentado que estas hayan sido las elecciones más politólogas: han cobrado un extraordinario protagonismo tanto los expertos en la materia política y sus teorías, como las encuestas, aunque no precisamente para bien en gran parte de los casos.

Ciñéndonos a los hechos, a día de hoy todavía tenemos una de las tasas de desempleo más elevadas de Europa, seguimos sumidos en una aparentemente interminable crisis que va más allá de lo meramente económico y no tenemos unas perspectivas de futuro a medio plazo que insten al optimismo precisamente. Durante demasiado tiempo, ha quedado constatado que la obediencia o incluso sumisión ante determinados órganos o personas a la que ya nos hemos acostumbrado, aceptando de esta forma implícitamente nuestro papel secundario o incluso complejo de inferioridad, no es una solución real si de verdad se quiere revertir esta situación, que desgraciadamente para muchas familias ya no solo adquiere tintes de dramatismo, sino de urgencia. Con la situación social descrita, parece congruente requerir más que nunca responsabilidad al poder político, pero lo más práctico es exigírnosla a nosotros mismos. Aunque en muchas ocasiones sea la respuesta fácil y sin poder culpar a nadie por escoger este camino, es menester no caer en la trampa de los discursos llenos de florituras que tanto apelan a los sentimientos, ya que estos inevitablemente acaban convirtiéndose en las infinitas promesas imposibles de cumplir.

Una de las principales e inmediatas consecuencias de esta crisis de valores, es que estamos atravesando una etapa que inexorablemente nos retrotrae a una época teóricamente ya superada. Recientemente, una muy cuestionable mayoría decidió mediante referéndum la separación de Gran Bretaña de la Unión Europea. Sin entrar en lo moralmente legítimo de que algo menos de un 52 % de los británicos decida el futuro de las islas, sí resulta paradójico que precisamente hayan sido aquellos que menos vayan a sufrir las consecuencias de esta decisión, es decir, la población más envejecida, quienes decanten la balanza en favor del Brexit frente a la mayoritaria opinión negativa de los jóvenes británicos. No obstante, este no es ni mucho menos un hecho aislado: recientemente, la extrema derecha austriaca perdió las elecciones presidenciales por un escaso 0,6% de los votos o la ya conocida Marine Le Pen y su Frente Nacional, que superaron el 25% de los votos en las últimas elecciones regionales francesas. Estos son algunos de los claros ejemplos del por qué es más necesaria que nunca la responsabilidad ciudadana como respuesta ante las injusticias. En definitiva, en ningún caso podemos permitir que la desafección o la indiferencia conduzcan hacia la deriva los avances y valores ya logrados por los que tanta gente ha luchado.

Pese a que la coyuntura actual no nos deje demasiado margen de acción, sí que es nuestro deber no olvidar quienes han sido los que llevan años rehuyendo e ignorando a tantas personas, así como obstruyendo a tantos colectivos, quienes han fomentado las desigualdades sociales con su inacción y lo que es peor, en muchas ocasiones con su acción.

Ahora ya ha pasado muestro momento de actuar, por lo menos a través de las urnas. Este ha sido relevado por otro momento: el de esperar, el de esperanzar. Aprovechemos esta oportunidad y tengamos memoria, reflexionemos qué queremos y quién nos lo puede garantizar realmente. Seamos políticamente responsables y exijamos un Gobierno que tenga en cuenta todo lo que lleva años siendo injustamente olvidado, uno que realmente priorice a las personas y no a los votos. Es decir, exijamos un Gobierno y no un desgobierno.