Los cien primeros socios del Club Deportivo Castellón fueron convocados en asamblea. Era otoño de 1975 y el asunto se antojaba de importancia extrema: había que decidir sobre el traspaso de Enrique Saura Gil (Ayódar, Castelló, 1954), el joven más prometedor del plantel, tentado por la oferta del Valencia. Hubo un tiempo en que los clubes de fútbol funcionaban de otra manera. El centenar de socios orelluts autorizó finalmente el traspaso: 14 millones de pesetas, más dos que perdonaba el Valencia de una deuda anterior y la disputa de un encuentro amistoso. El Castellón, como siempre, necesitaba el dinero y a Saura, como a la mayoría de canteranos, la gloria le aguardaba lejos de Castalia.

Tan solo dos años antes, la situación era muy diferente. El Castellón jugaba y perdía su única final de Copa, Saura trabajaba en una fábrica azulejera y el fútbol no daba para comer. Su vida empezó a cambiar escalando por la cantera del Castellón, donde llegó procedente del Onda. Del juvenil albinegro pasó al amater y del amater, con Paco Gento de entrenador, al debut con el primer equipo, en Segunda División. Esa temporada, la 1974-75, Saura disputó 33 partidos (29 de Liga y el resto de Copa) y marcó 5 goles. A ese sugerente estreno se unió una buena pretemporada siguiente. Aún jugó cinco partidos de Liga con el Castellón antes de recalar en el Valencia.

En Primera, Saura fue también Saura, Saureta. Si en el viejo Castalia sus pases sirvieron para hacer pichichi a Cioffi, en Mestalla consiguió lo propio, y por partida doble, con Mario Alberto Kempes. Jugador de banda derecha, destacaba por su velocidad y por su capacidad de trabajo, amén de la visión de juego. Con el tiempo, pasó de extremo a interior. En el Valencia ganó una Copa del Rey, una Recopa y una Supercopa de Europa.

Luego volvió al Castellón, en tres temporadas notables, todas en Segunda en la década de los ochenta. Un joven Pedro Alcañiz se unió a la lista de delanteros que fueron pichichis con la ayuda de Saura, que regresó a Onda a abrochar una gran carrera. Antes, en sus mejores días, vistió la camiseta de la selección absoluta: Eurocopa 1980 y Mundial 1982. En el desastre nacional asomó su gol a Yugoslavia, en la única alegría del torneo para los anfitriones.

Y aún antes, los Juegos Olímpicos de 1976, en Montreal, Canadá. En fechas recientes, con motivo de la celebración del Día Olímpico en Castelló, Saura recordaba aquella oportunidad como «una suerte». Había finalizado la primera temporada en el Valencia y andaba a vueltas con el servicio militar obligatorio. La llamada de Kubala cambió su verano. Lo mejor fue «convivir con toda clase de atletas, no solo futbolistas, fue impresionante y recuerdo mucho aquella época». Tanto disfrutó Saura de la experiencia olímpica que «la única lástima ha sido no volver a otros Juegos».

De la fábrica al olimpo, visto y no visto, los Juegos de Montreal fueron más una experiencia vital que deportiva para Enrique Saura. En lo futbolístico, a España no le fue nada bien en la fase final de Canadá. Pese a disponer de futbolistas, además del propio Saura, que labraron después sobresalientes carreras, caso de Arconada, Cundi o Juanito, la selección disputó dos partidos y perdió los dos, ante Brasil (2-1) y Alemania Oriental (1-0). Esta última terminó logrando el título.