Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Apuntes con Ferran Sanchis

Un conde en­­ las «villas» ­­

Los estancias agosteñas de la familia Aznar-Botella comenzaron aquel verano de 1991 y se prolongaron hasta que el jefe de la oposición llegó, a la tercera, a la presidencia del Gobierno. Primero ocupó el apartamento de su amigo Villalonga y, más tarde, la villa del empresario José Soriano.

En todos estos veraneos se dejaba caer unos días Jaime Mayor Oreja, que encabezaba la interminable lista de dirigentes populares que querían arrimarse al estadista, bien fuera a la orilla del mar o sobre la moqueta de las pistas de pádel que se habilitaron en la urbanización de Las Playetas para uso de tan ilustres visitantes. Pero hasta la aparición de los Aznar en pareo, en la costa castellonense únicamente se había podido reseñar la presencia de otra alta dignidad del Estado: El conde Bau, en calidad de presidente del Consejo del Reino durante el franquismo.

Este tortosino tradicionalista y aceitero se había casado con Elisa Carpi y fijó en Benicàssim su residencia de verano en Villa Elisa (1942), en la zona de «el infierno» del paseo de las villas. Entre los residentes de estas torres existía la distinción entre el citado infierno, la parte más bulliciosa por su proximidad al Hotel Voramar, y «la corte celestial», cercana a la Torre de Sant Vicent, de costumbres pacatas.

Estas villas emularon a Biarritz o a Nice en el estilo art nouveau, y durante la Guerra Civil fueron requisadas para habilitar en sus estancias un hospital de sangre para los brigadistas internacionales. Los nombres burgueses y femeninos de las villas fueron sustituidos por el de comunistas de medio mundo, y sus dueños y familias, por soldados malheridos en la batalla de Teruel.

Luego, con el estraperlo de la posguerra algunas economías se recuperaron. El tráfico de las materias primas estaba especialmente perseguido por las autoridades y un sargento de la Guardia Civil vivió un episodio contradictorio. En el momento de dar el alto a un camión en la nacional a la altura de Torreblanca. El agente mandó detener el vehículo y ordenó al chófer que descargara la tara que transportaba. Como este empleado se sabía protegido de su señor, don Joaquín Bau, le espetó al guardia: «No seré yo quien vuelva a subir el aceite al camión».

En efecto, el benemérito se había extralimitado en el cumplimiento del deber, pues, su labor de inspección también incluía hacer la vista gorda cuando se trataba de mercancías que trajinaban los propios jerifaltes del Régimen. Ante la duda que el caso le generó al sargento, éste decidió que en su jurisdicción nunca más daría el alto a ningún estraperlista, ya fuera uno de los hombres de Bau o un muerto de hambre. En Toreblanca todavía se le recuerda.

Compartir el artículo

stats