En agosto de 1984, Andrés Vera Llorens participó en un momento histórico del atletismo español. El castellonense fue séptimo en la final de los 1.500 metros lisos de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, la del bronce memorable de José Manuel Abascal. Era la época de esplendor del mediofondo británico, con Sebastian Coe, Steve Cram y Steve Ovett en liza. A ellos se añadía la amenaza africana del keniata Joseph Chesire, con la ausencia del marroquí Said Aouita, que apostó por la comodidad del 5.000; y el ímpetu de los locales Steve Scott y Jim Spivey. Frente a ellos asomaba el mentado Abascal, que buscaba el primer metal olímpico del atletismo español en pista, tras la plata en Moscú del marchador Jordi Llopart, cuatro años antes. Junto a él compitió otro español, pero no el popular José Luis González, cuyo fiasco en las eliminatorias fue estrepitosamente sonoro. Junto a Abascal, en la línea de salida y con el dorsal 244, se santiguaba el espigado Andrés Vera. A sus 23 años, el atleta de Castelló había exprimido en el tartán del Memorial Coliseum de Los Ángeles su finísima punta de velocidad para codearse con los mejores en una final inolvidable.

La tarde era veraniega: calurosa y húmeda. Eran las siete de la tarde en la costa Oeste estadounidense, y la madrugada en una España que enfilaba, también en el deporte, el camino hacia la modernidad. Cien mil espectadores rugían en las gradas, millones de españoles atendían la pequeña pantalla y ahí estaba Andrés Vera dando saltitos, saboreando el momento y esperando el pistoletazo de salida: zapatillas blancas, ceñido pantalón azul, camiseta roja con detalles amarillos y una prematura e incipiente alopecia.

La final comenzó tranquila tirando a lenta, hasta que Scott tomó la cabeza cumplido el primer tercio. Vera, como en las series eliminatorias, aguardaba en el furgón trasero la hora de dar el hachazo, pero no hubo oportunidad real de triunfo. Lo que le venía bien a Abascal, una carrera dura y rápida, le venía mal al castellonense. El propio Abascal provocó la selección definitiva a poco más de 500 metros de meta. El ritmo del español, tras la retirada de Ovett, solo lo aguantaron los otros dos británicos, Coe y Cram, que lo superaron justo antes de la última curva. Abascal se retorció y sostuvo el empuje final de Chesire para custodiar la anhelada medalla de bronce. Coe fue oro, como en 1980, esta vez con récord olímpico. Cram, que poseía la plusmarca mundial, se conformó con la plata. Vera remontó en la recta para ser séptimo y culminar con el diploma olímpico unos Juegos sobresalientes.

Porque estar en la final ya era un premio para el castellonense. Fue tercero en la primera serie y repitió plaza en una dura semifinal, gracias a una última recta majestuosa. Vera tuvo que abrirse hasta la calle cuatro para superar al sudanés Omar Khalifa.

Los Juegos de Los Ángeles fueron el momento especial en la carrera de Andrés Vera, pero no el único. Ya había sido campeón, en 1983, de los 800 metros lisos, en el periodo de despegue del mediofondo español, que encontró en Fermín Cacho y su oro olímpico en Barcelona'92 a su mayor heredero. Vera amasó una carrera corta. De joven dejó los estudios de Arquitectura, vivió en la Residencia Blume de Madrid y militó en el mítico equipo Larios. Antes y después corrió para el Club Atletismo Castellón. También fue campeón de España en 1.500, en 1987, su último gran año.

Justo una década antes, en el patio del Instituto Ribalta, Vera descubrió que tenía un don para el atletismo. Batió el récord del instituto de los 1.000 metros. «Me dejé invadir, por primera vez en mi vida, por la dulce sensación de sentirme el mejor», explica en un texto biográfico en la web de ThinkSmart, su empresa. De ahí pasó al cross escolar, y ganó también siguiendo los consejos de Enrique Beltrán, su entrenador. «Pégate a los favoritos, si puedes, y espera tu oportunidad», le dijo, una táctica extrapolable a aquellas carreras de Los Ángeles. «Nunca sabré si podía haber ganado o no aquella final. Lo que sí sé es que pude haberlo hecho mejor».

De vuelta a EE UU

Tras la retirada, Vera encauzó su vida profesional en la década de los noventa. Había estudiado INEF, pero se interesó por la publicidad y el marketing. Cursó un máster y completó su formación. En 1998 fundó ThinkSmart, compañía internacional de la que es consejero delegado. En la actualidad reside en Miami, en los Estados Unidos de América.