TContaba este periódico el martes que Bertín Osborne, cantante, presentador televisivo de éxito y el hijo famoso que todas las madres querrían tener, ha salido a los medios para largar un espiche de aviso a navegantes. Tiene Bertín una piel muy fina que cuidar, para que se la estropeen lenguas viperinas que han de entretener sus ocios removiendo ciénagas que existen o no, movidos, tal vez, por la cochina envidia de la que tan ostentosamente hace suya esta sociedad a la que pertenecemos. Si como afirma de sí mismo el más famoso y potente ególatra del mundo mundial, Cristiano Ronaldo, él es guapo, rico y famoso, Bertín es, seguramente, las mismas cosas, pero no hace alarde de ninguna de ellas. Solo quiere que no le insulten y anuncia que se querellará contra aquellos que insistan en decir que disponía de cuentas en los papeles de Panamá. Acaso no ha tenido en cuenta Bertín Osborne, que en este país, de tramposo andamos sobradamente servidos. Si en España, el que no roba y no jode es porque no tiene donde, según dijo el sabio, Bertín debería sentirse más halagado que molesto de que algún que otro bocazas mostrara públicamente su cochina envidia por la supuesta y probablemente real situación socioeconómica del hijo de su madre.

No tiene uno nada por lo que defender la trayectoria profesional de Bertín Osborne, al que no conozco de otra cosa que no sean sus condiciones de cantante, regulin, regulán o presentador televisivo de notable éxito en según qué público. Las parrillas de televisión españolas están ahítas de programas llamados de entretenimiento, absolutamente vomitivos. En tu casa o en la mía, o como quiera Dios que se llame ahora es un producto amable, que escoge a sus entrevistados de entre la pléyade de individuos con tirón, a los que Bertín entrevista entre sonrisas o directamente carcajadas, cuando resulta oportuno. Cuentan que ha pegado el braguetazo al cambiar de la tele pública a una privada, que le ha subido el sueldo de manera muy considerable, lo que, al publicarse, ha despertado la ira de la mediocridad reinante en este país de mediocres que alcanzan, vaya por Dios, hasta lo más alto de los cargos públicos o políticos que, esos sí, insultan todos los días la inteligencia de los ciudadanos, cada vez que, habiendo recibido de las urnas el encargo de pactar, siguen erre que erre en la obsesión de la mayoría absoluta para seguir machacándonos.

Bertín Osborne, como tantos, se ha equivocado de país. Aquí de lo que se trata es de esconder los logros obtenidos y da igual si el resultado llega de manera honrada o haciendo trampas y tal vez me quede corto. No una vez, sino miles de ellas, se ha encontrado uno en cualquier conversación de cafetería con gentes conocidas que ante cualquier conversación alrededor de la tributación al Estado se ha mostrado «pragmático» ante cualquier caso de corrupción diciendo que a él ya le gustaría tener la oportunidad de obtener ingresos de dinero negro. El fraude al Estado es una actitud que está bien vista, es envidiada y quien lo consigue no es otra cosa que un ciudadano muy listo, que engaña al Estado porque puede y todos los demás, se entiende, no lo hacen porque no saben, o no pueden.

Y puesto que las cosas son como son, a este país lo que le falta, en lugar de envidiosos, es un ejército de Inspectores de la Hacienda Pública, miles de ellos que todos los días, tras la primera ducha, salgan a la calle en busca de cualquier clase de defraudador, en el amplio espectro de los que no pagan el IVA en cualquier transacción, tampoco ante el pago de un servicio profesional. La economía sumergida, cuentan, significa aproximadamente y tirando por lo bajo, algo más de un veinte por ciento del PIB que tampoco paga impuestos. El presupuesto de ingresos en los Presupuestos Generales del Estado, procede, y es bien sabido, de aquellas tributaciones imposibles de esconder y que recaen sobre las economías de los que, cobrando un sueldo, escaso en millones de españoles con trabajo, al recibir la mensualidad se encuentran - nos encontramos - con la sorpresa de que el Estado se ha quedado ya una cantidad, golosa, a cuenta de los impuestos por el IRPF. ¿Es que los que pagamos somos tontos de baba, algún partido político lleva en su programa la idea de elevar a la enésima potencia el cuerpo de Inspectores del Estado, por qué cualquier empresa que se precie dispone de la posibilidad de aprovechar las diversas maneras de utilizar las exenciones que el Estado pone a su disposición.?

Bertín Osborne está en su derecho de querellarse contra cualquier individuo que dé rienda suelta a cualquier insulto, porque lo haya oído en un bar, en una tertulia televisiva o a través de las redes sociales, ese lugar donde el anonimato está más o menos garantizado. Porque hay países y están en este mundo, en los que estas cosas no pasan, los ciudadanos mejor dotados para los negocios o para el desarrollo de las profesiones mejor remuneradas, son reconocidos en sus trabajos principales o sencillamente seres populares que están en los medios todos los días, son reconocidos y admirados, también porque ganan más y tributan también más. Todo eso y algo más, también se debería enseñar en la escuela primaria, en las familias, en la enseñanza media y en las Universidades. Decimos estar hasta el moño de la corrupción política, que la hay y en cantidades industriales. Pero conviene recordar que los políticos, queridos, también proceden del pueblo.