El Villarreal necesitaba ganar. Ya eran demasiados los partidos que sumaba el equipo tanto con Marcelino como con Escribá sin saborear las mieles del triunfo. Los dos partidos del final de la pasada temporada, la semifinal de Liverpool, los dos primeros encuentros de la actual competición, los dos partidos de la previa de la Champions... a los que se sumaron seis encuentros de pretemporada ante equipos de su mismo nivel, en total once encuentros, pasaron mucha factura. Es verdad, no cuento en esta lista las victorias ante Nàstic y Hospitalet, pero tratándose de rivales menores y de resultados ajustados en el arranque de pretemporada, mejor dejarlo así. Es cierto que en muchos de estos partidos el submarino mereció ganar, pero por hache, por be, por los palos, o por lo que fuese, el Villarreal, hasta el pasado fin de semana, fue incapaz de ganar ante un rival de su mismo potencial, y eso preocupaba. Si a ello le sumamos en este arranque de temporada la salida insesperada de Marcelino, la plaga de bajas, los pitos de El Madrigal y el fuego reavivado tras el cruce de declaraciones, con ruedas de prensa incluidas, entre Roig, Marcelino, Martín Presa y Tebas, queda claro que el panorama necesitaba de un triunfo convincente para devolver las aguas a su cauce, las de un río, el amarillo, que muy pocas veces suele bajar revuelto.

Y ese triunfo llegó, por fin, ante el Málaga el pasado fin de semana. Seguramente en el mejor momento, en la semana en la que regresa la competición europea y en la que se afrontan dos partidos seguidos en El Madrigal. Cuando se gana todo se ve con más claridad. Los nubarrones se disipan, las buenas sensaciones se extrapolan e incluso por momentos uno se ve capaz de pelear por cualquier competición, y más tras recuperar para la causa a estandartes como Cheryshev o Jonathan Dos Santos.

Muy dados somos por estos lares a levantarnos hasta los cielos tras habernos quemado en los infiernos. Sin embargo, mi compañero Justo Rodríguez, el león malagueño, desde la objetividad que le calza la distancia, me recordó ayer que este Villarreal sigue estando a años luz del submarino de Marcelino, aquel que la temporada pasada se paseó por muchos campos de España. Es verdad, razón no le falta, pero entonces...échense a temblar. Si este equipo, con las dificultades que ha atravesado en este inicio de competición, con nuevo entrenador, bajas importantes, dudas en defensa, palos psicológicos, fuego cruzado de mando y un sin fin de problemas más, encadena tres jornadas sin perder, en las que solo ha encajado un gol...¿dónde podríamos estar si todo hubiese transcurrido con normalidad? Mejor no pensarlo.

Como diría el refranero...zapatero a sus zapatos. Los dirigentes a dirigir, el entrenador a entrenar y los jugadores a trabajar. Cada cual a su parcela, a la chita callando, este Villarreal tiene pinta de que puede hacernos volver a soñar.