Fran Escribá necesitaba un golpe de autoridad para comenzar a escribir su propia historia profesional y, salvo que todo se quede en anécdota, lo ocurrido en el Bernabéu. Y me refiero del cambio del 4-4-2 a jugar con un solo punta y Dos Santos por delante de los pivotes, de modo que con él basculando en apoyo de aquellos o mediapuntas según vengan dadas, el equipo genere superioridad en el centro del campo y en ambas áreas. Lo viejo es el sistema utilizado hasta ahora y lo moderno lo que queda apuntado, lo que quedó afirmado sobre el césped del Bernabéu, que solo dominó el juego cuando un público numerosísimo y comprometido inyectaba entusiasmo a un equipo que táctica y estratégicamente le superó todo el tiempo.

Es probable, no sé yo, si vencido el compromiso ante el Madrid, el empate lo es, se vuelva al sistema anterior, justificada la excepción por jugar ante el líder de ahora y de tantas veces antes y después, pero debería ser el sistema a utilizar de ahora en adelante, lo que hemos venido pidiendo desde que, con el 4-4-2, los equipos que visitaban El Madrigal lo hacían llenando el centro del campo de piernas (creando superioridad numérica), de manera que la bola era disputada a base de patadón y tente tieso por parte de rivales que, sintiéndose inferiores, se dedicaban a destruir lo escaso que los de casa creaban dada la inferioridad numérica allá donde se cuece el pan.

El gol del Villarreal, que fue el primero, resultó consecuencia de la ejecución por el capitán, Bruno, de un penalti por mano del central del Madrid Sergio Ramos, a su vez, autor del remate del propio Ramos a la salida de un córner. Bruno, anoche en el Bernabéu estuvo bien, pero en la ejecución del penalti echó mano de su experiencia, del dominio de la situación en un instante definitivo, puesto que faltaba un minuto para llegar al descanso. Cualquier otro en su posición hubiera largado un balonazo lo más escondido posible y que Santa Lucía enturbiara la vista al meta. Bruno, no: depositó el balón cuidadosamente sobre el punto fatídico, se retrasó lo suficiente y, tras el pitido, arrancó una carrerilla engañosa hasta el lugar mismo de entrar en contacto con el balón, al que impulsó suavemente tal cual andaba. Es esa ejecución conocida como el sistema Panenka, para lo que resulta menester una serenidad pasmosa, unos nervios de acero y la confianza que solo vive en especialistas elegidos.

El público se quedó boquiabierto y los jugadores se fueron al descanso con el Villarreal por delante en el marcador. Jugar un partido y empatar contra el Madrid en su cueva, solo significa cobrar un punto, en orden al beneficio clasificatorio que se obtiene. Otra cosa, sin embargo, es lo que vale para el aumento de la autoestima de cada uno de los jugadores de la plantilla que deberán crecer más en edad, dignidad, gobierno, confianza y victorias.

Después del empate en Madrid nada tiene que ser igual para el submarino, tanto en lo que se refiere a la Liga, como para lo que tiene que ver con el resto de competiciones que tiene que afrontar. Todo tiene que administrarse con confianza, cuidando de que la plantilla soporte esfuerzos debidamente repartidos entre sus miembros con los cambios que lo hagan posible, pero sin caer en la trampa de que los considerados suplentes entren en masa porque de ese modo se desvirtúan las posibilidades de un equipo demasiado desigual, que carece de los necesarios movimientos automatizados.

Después de cumplido el salto sobre el partido de Madrid, nada debe el Villarreal tener por imposible, dicho sea desde la subjetividad de quien tratándose del submarino no puede ser objetivo ni falta que hace. Pero volver a alcanzar un puesto que permita alcanzar un puesto para aspirar a jugar la Champions League tiene que ser el objetivo de una plantilla de profesionales con mucho talento y al menos hasta ahora con un alto sentido de lo más principal ahora: ser competitivos en alto grado.