Una máxima de hace dos mil años ya declaraba inhábil los domingos. Si Dios descansó el séptimo día no podía trabajar nadie. Tampoco resulta conveniente llevar la religión -y el fútbol deviene una variante moderna- a extremos y fundamentalismos. Sí parece adecuado santificar las fiestas con los deberes hechos, so pena de penitencia en el marcador. En esa iglesia del presente en que el botellón manda, oséase la falta de calidad, la salud -deportiva y de la otra- se resiente. Con ese lastre en las botas e ideas espesas nunca se puede ganar, ni tan sólo jugar. El empate a cero representa esa fatídica e inevitable resaca. Pero lo peor de todo es el autoengaño, la insatisfecha promesa de no volver a caer en el error, porque todas las semanas se repite tan nociva e insalubre borrachera de despropósitos.

Tampoco ayudan las circunstancias. Ni las dos victorias consecutivas, ni el estreno en casa del fornido Esaú, ni tan siquiera el esperado regreso al palco del presidente, fueron atractivo suficiente para que los fieles se congregaran en Castalia. Los pocos que se decidieron aplaudieron la primera parte de la ecuación y despejaron la incógnita sobre la desaprobación a la (no) gestión de David Cruz. Pero si algo viene demostrando históricamente esta hinchada es su coherencia, y ayer volvio a acertar distinguiendo la voraz y unánime crítica a la falta de recursos del consejo de administración con la necesidad de mantener el aliento para con quienes son los únicos que pueden parchear esta crisis, que no solventarla.

Enrevesada la fórmula que mal parió el técnico local para pergeñar el placebo que amansara el graderío al tiempo que reforzaba el escudo tras el que se parapeta, domingo sí y domingo también, el palco. Los dos triunfos no le debieron parecer argumento suficiente para la continuidad de Borja en el once, y menos para que Juanfra, Rubén Fonte o Pino completaran la convocatoria, aunque intentara argumentarlo después y no antes del partido, como hubiera sido lo lógico. Un maremágnum cuya única justificación técnica podría ser la decidida apuesta del club por la Copa Federación, reservando parte de sus armas para tan importante batalla. Una broma pesada o una provocación.

Mientras, el Castellón de Castelló no es una redundancia o una feliz casualidad. Es un despropósito. Imposible combinar tres pases seguidos, con la única duda de si consecuencia del bajo perfil de los intérpretes o del encorsetado sistema dibujado, este entrenador es capaz de hacernos creer que Jordi Marenyà -lesión al margen- ya no sabe jugar.

Sólo cinco minutos

Apenas cinco minutos de algo parecido al fútbol no deviene más que una agujereada cantimplora en el desierto. Un centro de Chema que no encontró rematador, un tiro lejano en parábola de Guille y un golpeo de Chema al lateral de la red no podían desequilibrar el fiel de la balanza en el concurso de méritos que constituye el armazón sobre el que se escribe toda crónica, que ya se sabe parte de la premisa del resultado, al contrario que las alineaciones, capricho de entrenadores ávidos de hacer difícil lo fácil para justificar su participación.

Puede que por eso mismo se decidiera Frank a apartar de la partida a Lolo, no fuera el caso que le amargara su rácana concepción del fútbol, hasta hoy basada en aguantar atrás y esperar que el contrario falle o incluso marque en propia puerta, que es lo que intentó Quique Torrent a tres minutos del final. Otra aspiración no cupo entre tanto tedio.

Borja, ofendido por el desprecio de su jefe en forma de suplencia, no quiso ser de la partida, Armando tampoco pareció intentarlo y Yagüe apenas se reivindicó. Así que las sustituciones, lejos de maquillar los dislates del míster o refrescar al equipo, acabaron por reducir espacios y añadir desmotivación a las filas albinegras

No ofreció mejores sensaciones el Alzira. Ni falta que le hacía. Pero frente a la desazón y a la resignación locales, los minutos finales buscaron con tanta alegría como torpeza la portería de Sabater. Sólo por esa diferencia de criterio, ya validó el Alzira el punto. Para algo jugaba fuera, no se le conoce obligación alguna y tampoco necesitaba arriesgar para sumar ese punto con el que ambos nacían en el partido reglamento en mano, lo cual ya debiera ser motivo más que suficiente para modificarlo, porque el resultado en sí no fue un premio, si no el único castigo dada la imposibilidad aritmética de que ambos perdieran.