Quienes más se ensañaron contra el aeropuerto hoy lo dirigen sin rubor, y se arrogan el mérito, lo mismo podría ocurrir con el AVE a Castelló, o con las carreteras nacionales actualmente en obras. Cuando desde Segorbe voy a Castelló veo las actuales obras de mejora en la A-7, de algo más de cuatro millones, y circulo en paralelo a la construcción del AVE que con más de 220 millones nos unirá con Madrid con diez frecuencias diarias en dos horas y veinticinco minutos. Causan molestias sí, y algunas acumulan retrasos también, pero como con el aeropuerto, quienes con más saña critican la actuación luego contarán como mérito propio la llegada de los más 100.000 pasajeros en este año.

Recuerdo que el otro periodo de obras en la provincia, en la etapa de Aznar, que en ese mismo recorrido de Segorbe a Castelló «sufrí» las benditas obras de la autovía Mudéjar, seis tramos en el Alto Palancia y «padecí» las de la N-225 con el famoso puente de Algar o la variante de la N-340 a su paso por Nules.

«Felizmente» después tuvimos ocho años de descanso socialista, donde en ocho años no se hizo ninguna obra, ni por tanto se causó molestia alguna en la provincia. Bueno sí, perdón, construyeron el almacén Castor, con un presupuesto superior al de la edificación de toda UJI y que no causó molestias sino terremotos, por los que Rodríguez Zapatero, con más hombría que sus compañeros de Castelló, ya pidió disculpas.

Quienes tenemos la suerte de vivir en Castelló disfrutamos objetivamente de una de las tierras que, por horas de luz, clima, orografía, diversidad, gastronomía y cultura, más invita al disfrute y la armonía. Sin embargo también es cierto que los mismos hechos que en otros lugares son motivo de orgullo, aquí sirven para la autoflagelación y la acerada crítica.

Tuve la suerte de pertenecer durante un año a título gratuito al consejo de administración del aeropuerto de Castelló, cuando llegó el primer avión repleto de ingleses felices de llegar a nuestra deseada provincia, me encontré como responsable público sólo, acompañando a Javier Moliner, presidente provincial, pues el resto de consejeros, ya de mayoría socialista y nacionalista, permanecieron tras las cortinas de los despachos esperanzados en que este proyecto colectivo fracasara.

Hace sólo un año los nuevos inquilinos de la Generalitat seguían afirmando que «el aeropuerto de Castelló era Manises» y algunos de sus representantes en el consejo de administración contaban con regocijo que sólo habían visitado las instalaciones con las pancartas protestando contra la instalación que ahora dirigían.

Por eso cuando los proyectos políticos se edifican desde la protesta y el rencor, reabriendo heridas, con memorias históricas selectivas, con reducción de libertades para elegir colegio, con chantajes lingüísticos —donde tu hijo sólo tiene título en inglés si optas por la inmersión lingüística— donde los mismos socialistas que aprobaron la injusta financiación autonómica ahora derrochan el dinero público con agresivas campañas políticas contra ellas, a nadie puede extrañar los desagradables acontecimientos sucedidos.

Que la misma izquierda que ha fraguado su política en la crítica más retorcida a toda obra, con la camiseta, tras la pancarta o el escarche, ahora vea como sus propios militantes gritan ante su sede «fuera fascistas de las sedes socialistas», debe ser motivo cuanto menos de reflexión.

Cuando se activa el odio y el rencor después tienen difícil freno, pero yo personalmente no pierdo la esperanza de que estos sentimientos que habitan hoy en Castelló dejen paso al optimismo y la esperanza, pues en la mejor de las tierras, la nuestra, también pueden habitar los mejores sentimientos.