A Víctor Pino lo vi jugar por vez primera cuando era un retaco. Yo pasaba entonces bastante tiempo en la Ciudad Deportiva, no tanto eso sí como Juanfran Roca, el jefe periodístico del tema. Los Pino eran no sé cuántos y todos sabían darle a la pelota. Con Pedro, el patriarca de la familia, coincidíamos tan a menudo en la banda que amasamos relación antes de saber quién era. «El bueno», me decía Juanfran, «es Víctor».

El bueno era Víctor, que jugaba contra tipos mayores que le sacaban cabezas, y por eso se lo llevó el Villarreal un verano. Era bueno y era listo. Yo por aquel entonces recién aterrizaba en el diario y en el oficio. Iván y yo matábamos con partidos de cantera la resaca acumulada que florecía los domingos bajo el sol de Facsa. Llevábamos nuestras sillas de camping, me pedía un café, un agua y un bocadillo de blanc-i-negre, José Emilio nos dejaba leer su periódico, y lo gozábamos pegando gritos a destiempo en la banda, entre abuelos, padres y macarras.

Con los años, cómo no, la vida se puso seria y se acabaron esas mañanas a menudo gloriosas y siempre ociosas. De Pino tuve noticia en el invierno de 2014, cuando aún en edad juvenil regresó al Castellón más complicado de todos los tiempos. El que casi baja a Preferente. Por aquella época, un año antes creo, yo había escrito un artículo titulado Por qué ya no escribo de fútbol. En realidad debería haberse titulado Por qué ya no escribo de fútbol excepto cuando me pagan por ello, pero bueno, igual se entendió. El artículo se sustentaba en una premisa simple: uno se acerca al deporte con un catálogo de sueños puros, y al vivirlo descubre que todo lo que idealizaba de lejos se desmorona de cerca.

A mí nada me gustaba más que el fútbol. Nada. Ocurrió después que la afición se convirtió en trabajo, y a mi equipo, el Castellón, le dio por convertir lo que antes era gozo en una rutina dolorosa. Uno descubre a través del fútbol cómo funciona el mundo, y la lógica respuesta humana es el desencanto. Por eso, cuando Pino, en su prematuro adiós, dice que ha perdido la ilusión, que le ha cambiado el carácter, que el fútbol le ha convertido en una persona que no era y que no quiere ser, que al llegar a casa no se le puede ni hablar, y que lo único que quiere es ser feliz como antes, no puedo sino empatizar y pensar, incluso, si no debiera haber optado por la misma salida.

Pero también me gustaría decirle que hay una tercera vía. Que sabemos que ya nada será igual que antes, que no encontraremos la pureza que nos enamoró en su momento, ni la inocencia, ni la absoluta excitación, pero que entre las toneladas de mierda aún queda espacio para momentos y personas que merecen la pena.

Víctor ha sido un valiente contando lo que generalmente no se cuenta. Ojalá encuentre esa felicidad que anhela.