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La solución

Con Cruz al mando el Castellón está mal. Obvio. Convendría empezar a definir qué podría, sin él, estar bien.

A la hora de desear y forzar un Castellón futuro el albinegrismo corre un riesgo: cualquier alternativa nos va a parecer mejor que lo actual. Un mono vestido de botones se antoja mejor que Cruz. Un palo de una escoba se antoja mejor que Cruz. Un saltimbanqui, un asaltante de caminos, un ladrón de gallinas: cualquiera se antoja ahora mismo mejor que Cruz. Un ultra del Legia metiéndome bengalas por el culo se antoja mejor que Cruz. Un mimo, un runner, un tuno, un entrepreneur, un charlatán: todo hoy en día se antoja mejor que Cruz.

Pero ojo: que algo parezca mejor que Cruz, o menos malo, no significa que sea bueno.

Dijo alguno de estos muy listos pero ya muy muertos, Einstein creo, que la locura es hacer siempre lo mismo esperando resultados distintos. En el Castellón llevamos años igual: de queja más o menos organizada, de crítica más o menos sustentada, y de frustración más o menos llevadera. En un revuelto similar, cuatro años atrás, pescó Cruz, como ahora puede pescar un Cruz cualquiera. Quizá, qué sé yo, sea el momento de hacer algo distinto.

Desde la llegada de Castellnou y no sé si antes, el Club Deportivo ha ido de remiendo en remiendo, condicionado por un supuesto expolio económico y una también supuesta [y en la que poco se escarba] trama urbanística de fondo. Curva a curva, se ha parcheado el problema y se ha vendido como remedio, con los políticos satisfechos con el mal menor. Cómplices: mucha palabra y poca acción.

Tampoco los aficionados o lo que sea, un grupo heterogéneo en el que me quiero incluir, hemos sido capaces de articular una alternativa clara, práctica y plausible, así que quedamos como siempre en manos de otros. Ese otros puede ser amplio: del mono vestido de botones al entrepreneur, pasando por el asaltante de caminos. A la intemperie, el Castellón sigue siendo un problema, por muy estirado que aguante el chicle de la agonía. Hace falta audacia, dinero y valor, y en el paisaje, donde tanto trauma convierte a la masa en vulnerable hasta el extremo, urge una altura política hasta ahora desconocida para tejer un plan que propicie la solución. Pero una solución de verdad: sanadora y duradera. No valdrá un cambio de cromos si se insiste en la repetición del modelo.

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