Cada día que pasa, con cada decisión que toma David Cruz, la tensión sustituye a la protesta, y la indignación acaba por aflorar con fuerza hasta extremos nada deseables. No resultó agradable la escena de ayer, con los aficionados forzando la puerta de la calle a los accesos de tribuna que el presidente había ordenado cerrar arteramente. La ¿ilegal? decisión de impedir la entrada a quienes han pagado previamente no era, como se ha dicho, un intento ladino de alejar la protesta del estadio y trasladarla a la calle. Supone en realidad una provocación en toda regla, para que trascienda la violencia por encima de los argumentos y que fuera de aquí se venda una imagen distorsionada de la afición albinegra.

No anduvieron finos los empleados de seguridad de Castalia. Primero por el riesgo asumido de trabajar gratis -y no es chanza-, pero sobre todo por mantener cerrada la puerta mientras hubiera un riesgo de incidente (sic), una cuestión que perversamente alimentaban con su posición. Hasta que se cansó el aficionado que quería acceder a su asiento, muchos de los cuales ni siquiera habían participado de la manifestación, y decidió abrirse paso por las bravas.

Es el desafío permanente en el que se ha instalado Cruz, consciente como es que la ampliación de capital es ineludible y que de cubrirse quedará fuera del control de la SAD. Por eso insulta a su entrenador, reparte bajas por doquier, multiplica los impagos, vive en la judicialización, se enfrenta a la afición y creará todos los problemas que pueda, a la espera de que alguien le pague lo que sea a cambio de adelantar su salida del club. No está loco. Es una desesperada huida hacia adelante.

Pero esas apuestas no suelen salir bien. Ya ni le reconocen sus otrora amigos, asesores y demás compañeros del victimismo más rancio. Cada día que pasa se suman las renuncias. Ayer resultaba patético ver un palco semivacío presidido por dos marionetas como Ximet y Saúl Suay. Y otros que quedan en el club, como Nahum o Ximo Badenes, cuya meritoria labor por mantener el servicio al fútbol base redunda en beneficio de un presidente que ha llegado a cobrar recibos de una Fundación que no ha creado, dinero que tampoco han visto los entrenadores en forma de nómina o los chavales en material deportivo.

Cada cual es libre de afrontar este rosario de provocaciones como considere, pero queda claro que Cruz no podrá aguantar solo. Como también que el Ayuntamiento de Castelló debe llamarlo a capítulo sin falta para preguntar con qué criterio utiliza una instalación municipal y el riesgo de que ayer hubiera pasado cualquier desgracia sin haberse rubricado el convenio de cesión de Castalia.

Y ya puestos, que la alcaldesa le pregunte a la cara por el plan de viabilidad de Cruz. Cómo piensa salvar esa causa de disolución a la que le aboca la auditoría y cuándo va a convocar la preceptiva junta general de accionistas.

Como tampoco se descarta alguna excusa para no acudir a la cita, siempre quedará el recurso de preguntarle al respecto al administrador concursal, colaborador necesario en todo este proceso y que bien que se ha cobrado lo suyo.

La ampliación. Cierto que la ampliación de capital es la solución, pero no olvidemos que la afición siempre fue más proclive a la palabrería -mayormente wasaps y tuits- que a la asunción de responsabilidades, pongamos por caso suscribiendo acciones. Ayer mismo era gratis acudir a la manifestación, y apenas 200 personas se dieron cita. Lamentable.

Toda operación que no esté tutelada está condenada al fracaso. Apelo a la conciencia y a la sensibilidad del ayuntamiento ante esta urgencia social, porque la diputación sigue de perfil desde hace años, en otra provocadora muestra de que el Castellón nunca fue su equipo.