Cada época lleva asociada un modelo de crianza parental acorde con los hábitos entendidos como deseables en ese momento. No quiero decir que un modelo sea categóricamente mejor que otro, pero sí que en los matices se encuentra el ideal. En la actualidad, estamos viendo muy a menudo a padres que ejercen una sobreprotección desenfrenada con sus hijos, la llamada hiperpaternidad. Este modo de actuar se caracteriza por un intento inflexible por parte de los padres de que sus hijos no sufran ningún dolor emocional. Para ello se adelantan a todas las situaciones, planteando el camino idóneo que esquive los problemas.

Otra característica consiste en la preocupación por ocupar el tiempo de los niños al máximo con actividades programadas y dirigidas, así como fomentar el uso de aparatos tecnológicos que mantengan a los niños tranquilos y entretenidos. Todo esto se ve acompañado de una dificultad a la hora de exigir responsabilidades dentro del ámbito familiar, otorgándole a los hijos el poder oculto de manejar la vida familiar. Una de las consecuencias para los hijos de este estilo educativo es una baja tolerancia a la frustración, debido a la falta de experimentación de muchas situaciones, no sabiendo cómo enfrentarse a los sentimientos y emociones que provocan. Por otro lado, se dificulta la gestión del aburrimiento y disminuye la iniciativa de estos niños, generando una dependencia recíproca padres-hijo para mantener unos niveles de estrés y ansiedad aceptables para ellos.

De este modo, lo que pretende ser una ayuda al desarrollo de los hijos, se convierte en un camino limitante y empobrecido. Estoy de acuerdo con que hay que vigilar muy de cerca la educación de los hijos, pero ofreciendo posibilidades, otorgando la opción de elegir, de sentir, de equivocarse, de rectificar y, en definitiva, de pensar.

De este modo, los niños se sienten más seguros y confiados en sus habilidades, disminuyendo el miedo a enfrentarse a lo desconocido y aumentando su autonomía y autoconcepto. La relación padres-hijo bascularía desde la dependencia a la confianza y respeto mutuo.

Considero que la preocupación de los padres debe enfocarse en establecer unos buenos hábitos alimenticios, opciones de ocio activo y compartido, el fomento de una comunicación sana de los sentimientos, el establecimiento de normas enfocadas hacia la autonomía y adquisición de responsabilidades, así como predicar con el ejemplo. No busques al hijo que quieres, mejor quiere al hijo que tienes, conócelo y anímalo a plantearse quién quiere ser, acompáñale en el camino y disfruta del proceso.