Las tonterías que se hacen de madrugada durante horas para no dormir, y las tonterías que se hacen por la mañana para dormir cinco minutos.

A Cruz le está sonando el despertador desde hace tiempo. Lo apaga, se tapa hasta la cabeza, se gira y sigue durmiendo cinco minutos más, pero el problema sigue ahí, al despertar. Cruz es ese niño que se esconde tras la servilleta, pensando que tiene el don de invisibilidad. Cruz hace como si la historia no fuera con él, pero la realidad se empeña en contradecirle. Cruz no respeta nada ni a nadie y no lo quiere tampoco nadie, ni la afición ni el vestuario ni los empleados ni el ayuntamiento ni sus antaño aliados, y quizá por ello sea ahora aún más peligroso de lo que nunca fue.

Cruz está acabado. Solo falta que alguien que le aprecie se lo diga o que él mismo se dé cuenta, pero lo único que puede elegir ahora mismo es el tono de su final. Y ese el peligro: que se empeñe en que su final sea también el nuestro como daño colateral.

Yo creo que no, porque existen mecanismos para evitarlo, y quiero pensar que se conserva también la voluntad necesaria. Tiempo ha habido para prepararse. El conflicto está llegando a un punto que afecta a la dignidad de Castelló como ciudad. Actuar es ya casi una cuestión de respeto por uno mismo y por los demás.

Los planes de Cruz [reducción-ampliación] se dan, aunque puedan dejarle en minoría, en unos términos difíciles de aceptar. Primero porque anda mercadeando con la renuncia al derecho preferencial, una de tantas burlas al consistorio a raíz de la última reunión, y después porque fijan un margen tan estrecho en cuanto a la mayoría que encarecen más allá de lo razonable, en el medio plazo, el traspaso de poderes definitivo. Demasiados condicionantes para tan poca honestidad, por no hablar de la legitimidad perdida para ser quien marque a estas alturas las condiciones del cambio de la propiedad.

Quiero verlo, a ratos, pero no lo veo, al despertar.

Cruz puede arrastrarnos ahora en su agonía, empeñado y obstinado en su mundo paralelo hasta que alguien rompa su burbuja de cristal, o asumir que esta última jugada no le va a salvar. Para los que mandan son meses de actuación serena y firme y para el resto, cada uno en su sitio, no queda otra que empujar, y aguantar.