Cuando se tiene un hijo, la vida, tal cual se conoce hasta ese momento, se paraliza. Posteriormente hay asuntos que se reanudan, otros no volverán a su estado original y otros ni siquiera apetecerán ya.

La madre se encuentra con dieciséis semanas por delante para estar con su bebé. Al principio se cuenta con las innumerables visitas de familiares y amigos (sobre todo si es el primer hijo, con los demás la cosa cambia) y con la presencia y apoyo de la pareja, pero si trabaja, a las dos semanas volverá a su rutina laboral.

Entonces es cuando se empieza a vivir cierta tranquilidad y a generarse una rutina madre-hijo que no tarda en convertirse en soledad.

La madre se siente sola a pesar de estar acompañada en todo momento por su criatura. Es una soledad basada en la pérdida de la cantidad y calidad de interacciones con personas adultas.

Los intereses y temas de conversación se centran en los cuidados del bebé y, aunque son de gran importancia para la madre en esos momentos, la desconexión que se produce con el resto de personas que le rodean comienza a ser palpable al poco tiempo.

Esta soledad se puede intensificar ante la posible falta de comprensión por parte de algunas parejas, que no siempre valoran el esfuerzo y agotamiento de criar un bebé, así como la insistencia de aquellos que les gusta hacer valoraciones, generalmente negativas, sobre la eficacia de los hábitos de crianza adoptados, teniendo siempre en la boca consejos de cómo hacerlo «realmente bien». Estas situaciones, lejos de ayudar a la madre, generan y aumentan sentimientos de inseguridad y de no valía en su nuevo rol. Estas inseguridades en su desempeño, unidas a las propias de la adaptación al nuevo físico, a la falta de tiempo para cuidarse y a la nueva rutina guiada por el reloj interno del bebé, no hacen más que dificultar la realización de planes fuera del hogar, fomentando ese aislamiento.

Para protegerse de este sentimiento limitador pueden tomarse diferentes medidas: tener una red de apoyo definida y pedir ayuda con las tareas de cuidado de la casa y del bebé —para educar a un niño hace falta la tribu entera (proverbio africano)—.

Comprender que estos sentimientos son normales y no se es egoísta si te dedicas tiempo. Una madre feliz y relajada cuida mejor de sus hijos.

No encerrarse en casa. Buscar momentos en los que despejarse e interactuar con otros adultos fuera del hogar, teniendo que arreglarte un poco. Estos momentos son tan positivos para el niño como para la madre.

Buscar grupos de apoyo en las que poder volcar los miedos y recibir consejos prácticos.

Los familiares deberían ofrecer su colaboración, no quitar importancia a sus sentimientos y emitir siempre mensajes positivos y reforzantes.