El número de adolescentes que son madres es más elevado de lo que podemos imaginar. Los últimos datos del INE revelan que 134 chicas menores de 14 años tuvieron un bebé en España en 2014. A este dato habría que sumarle el total de madres que no superaban la mayoría de edad. El embarazo en la adolescencia se relaciona con una serie de riesgos médicos, psicológicos y socioculturales para la madre, el bebé y su familia.

Aumentan las posibilidades de parto prematuro, bajo peso del bebé al nacer, aborto, muerte neonatal, depresión postparto, problemas en el apego madre-hijo, cese en los estudios, dificultades económicas y todo un cambio en las posibilidades de desarrollo vital. Todo esto puede deberse a características propias de la edad, como el seguimiento de una dieta inapropiada, asistencia deficiente a los servicios de asistencia prenatal, poca rigurosidad en el seguimiento de pautas y tratamientos, baja asunción de responsabilidades y actitud de rebeldía y desconocimiento de los riesgos.

Es lógico que nadie sea madre a estas edades por decisión propia, ni desee que algún familiar suyo lo sea. Todo el mundo, aunque sea de forma informal, es consciente de los riesgos y problemáticas que un embarazo a tan temprana edad conlleva.

A esta situación no se llega tras una circunstancia únicamente. Existen muchos precipitantes que, combinados de forma concreta, pueden originarla. El más importante de todos es la educación que reciben los niños y niñas (puesto que esto no se trata de un problema de géneros, sino social), y no solo sexual, aunque sea fundamental, sino también emocional. La una sin la otra no haría nada, puesto que las características propias de esta edad convierten a los adolescentes en experimentadores natos de sensaciones, en investigadores de sus propios límites, pero a la vez en dependientes de su grupo de iguales, en unos "yonquis" de la aceptación social que se creen omnipotentes. Este cóctel predispone a conductas de riesgo en cuanto a consumo de tóxicos, actos antisociales (robos, peleas), romper con las normas preestablecidas (absentismo escolar, incumplimiento de horarios, fugas de casa) y relaciones sexuales de alto riesgo (infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados). Estas últimas se dan en mayor medida si no reciben unos conocimientos reales sobre su sexualidad y si no han sido educados con las habilidades sociales suficientes para desarrollar empatía, respeto por los demás y, aún más importante si cabe, respeto por uno mismo. La autoestima y una comunicación familiar sana son factores protectores de embarazos adolescentes.