Un día de estos conversaba con un amigo, ambos aficionados al fútbol y la política, sobre dos asuntos interminables a condición de que entre uno y otro se deslicen un par de cafés por barba, al menos. Antes esta clase de cosas no se podían hacer en los bares, en los que, bien visible, solía haber colgado en la pared un letrero con el siguiente mandato. «Prohibido blasfemar y hablar de política». Ahora, a veces, hasta se puede oír hablar de política en el Congreso de los Diputados. De modo que hablamos de fútbol.

Había ganado el Barcelona por dos goles más de los que había recibido en París ante el PSG en un partido que podríamos denominar histórico de no ser porque cada semana se juegan unos cuantos partidos históricos en España, sin ir más lejos. Como hablando de fútbol hay gente pa to, algún espectador del Camp Nou había abandonado el estadio unos minutos antes de que terminara el partido y las cámaras de televisión nos lo mostraron ya en la calle justo en el instante que pasaba de la decepción a la euforia desmedida, ate el grito unánime de un centenar de miles de espectadores que habían mantenido la fe en la victoria del Barça hasta el pitido final. Por esta vez, el partido del Barça vs PSG sí se puede tratar de histórico y unos cuantos vivirán para contarlo porque estuvieron allí. Los hay con suerte.

Y en esas estábamos cuando en la conversación bilateral se coló el adjetivo calificativo, aplicado también a nuestro equipo que asimismo había tenido partidos históricos, más de uno, porque en fútbol se suelen cargar las tintas, cualquier resultado adverso es una desgracia, cualquier triunfo inesperado un acontecimiento.

Nuestro equipo es el Villarreal CF al que un día los dioses decidieron, en una de sus reuniones programadas, venir a ver a Pascual Font de Mora, presidente del Villarreal desde el día siguiente de nacer, porque disponían de un relevo que estaría a la altura de las circunstancias, incluso para superar la trayectoria «fontdemorista», lo que ya es decir. Desde entonces el equipo va firmando semana tras semana partidos más o menos memorables, si partimos del hecho de disponer como techo, de hasta vetintipocos mil espectadores.

Se mide a los grandes a los que trata de tú, a los que alguna vez hasta gana, en cualquier caso regalándonos la oportunidad de contemplar sobre el césped a los mejores jugadores del mundo y sobrevivir. El partido que está jugando el Villarreal CF es el otro, quiere decirse el partido que tiene planteado contra los mejores y hacer historia: la historia de un club modesto en sus posibilidades objetivas, pero excepcional en todo lo que afecta a organización, espíritu empresarial, una idea precisa de lo que quiere y cómo conseguirlo. Lo que parecía una más de las anécdotas que el fútbol produce, digo de la llegada de un don nadie a la Primera División, lo que generalmente dura un par de temporadas y excepcionalmente muchas ya, más las que vendrán. Se quiera o no, se está ante un fenómeno social que «ves per hon» ha puesto a Vila-real en el mapa mundial, lo que significa un valor añadido y los expertos dirán con qué beneficios a la ciudad y a la provincia de Castelló.

Si antes hemos recordado la figura de Pacual Font de Mora Chabrera y su trayectoria como presidente, capaz de alcanzar en alguna etapa un puesto en la Segunda División del fútbol nacional, es de justicia reconocer la llegada al club del empresario Fernando Roig Alfonso y su familia, al que el Ayuntamiento de la ciudad concedió el título de Hijo Adoptivo y su trayectoria como autor de su mejor etapa, transformando a un equipo de pueblo en un club admirable y admirado. Los aficionados comarcales, poco a poco y gracias también a una política de acercamiento a los seguidores, ha ido engrosando la nómina de abonados, acogidos en un Estadio de la Cerámica cómodo, acogedor y coqueto, tras las continuadas modificaciones llevadas a cabo, todo ello reconocido por las autoridades deportivas cuyo reconocimiento público fue puesto de manifiesto en su día. Queda, y es una sugerencia, la llegada de ese partido internacional, con la presencia de la selección española en partido oficial, entendida como reconocimiento bien merecido.

Todavía quedan en algunas localidades cercanas a Vila-real, grupos de aficionados partidarios de los equipos titulares de cada lugar que se resisten a acudir al Estadio de la Cerámica. Echan en falta aquellos partidos de rivalidad comarcal, ciertamente atractivos, profundamente emocionantes y que de uno u otro modo representaban las rivalidades entre próximos, lo que no solo debe entenderse si no incluso compartir.

El fútbol es sentimiento, pasión y una manera de hacer visible la expresión del ser, de un determinado individuo en un determinado lugar por nacimiento o adopción y merece el mayor de los respetos. Pero el Villarreal CF ha trascendido sin embargo lo que podríamos entender como rivalidad natural, para quedar transformado en un fenómeno distinto y mejor. Con inmensa cordialidad saludo a los aficionados que todavía se resisten a disfrutar de grandes partidos entre grandes equipos, tan cerca, en algunos casos, tan lejos.