Todos sabemos que hay palabras en las que la relación entre significante y significado suena muy bien: igualdad, biblioteca, universidad... La palabra educación parece sacada de una película de Eric Rohmer. Y es lo que, a priori, intentan inculcar en los niños y niñas los respectivos padres y madres. Por eso me medio sorprende la apatía social, sobre todo teniendo en cuenta que los niñ@s (así, con arroba, que se note que soy un tío enrollao) son unos personajes sacralizados ante los cuales hasta los corazones más duros se emocionan.

Ejemplos de niños bien educados los hay, pero también de maleducados, esos que ante la mirada complacientemente permisiva de sus progenitores te hacen invocar al rey Herodes. La pelotita traviesa mientras saboreas un gintonic de tardeo o el humo de tu cigarro que es mal ejemplo para los nanos son clásicos en Castelló. Todo eso sucede en una ciudad que, a la mínima, planta bandera puritana de la salud y la prevención y ven fantasmas de riesgo por todas partes. Una ciudad que no ha visto ningún riesgo sin embargo en la pasión reproductora de personas que no son conscientes de que, más allá de la fecundación y la gestación, una vez han nacido, los niños tienen que educarse.

La dulzaina, la pólvora y el alcohol van ligados a la Magdalena como las resacas y los listados de víctimas al día siguiente. Quizá la pólvora sea muy seductora, pero no entiendo que personas que, antes de comprar un juguete lo miren y lo remiren a ver si la pintura tiene algún pequeño componente tóxico, les compren toneladas de petardos a los nanos sin ningún tipo de remordimiento.

Madres y padres magdaleneros, habéis hecho una cosa imperdonable: hacer de vuestros hijos una copia, y a veces una inconsciente parodia, de lo que sois vosotros. Y, por cierto, vosotros ya no sois nanos.