Cuatro orejas parece, sobre el papel, un balance excelente para el inicio de la que la empresa ha bautizado como 'Mejor Feria de la Década'. Mas lo acaecido sobre el ruedo de Pérez Galdós ha tenido mucho de hipnosis colectiva y menos de toreo.

Una corrida de banderilleros, en principio, es un monumental elogio a la espectacularidad, al 'rien de va plus' en el segundo tercio, a la extroversión sin medida renunciando al toreo al uso. De toreo al uso ha habido bien poco y del otro, demasiado. Llegó Padilla con la cornada todavía fresca de València y el viento a favor de causa del espectador ocasional. El jerezano, que antes del accidente de Zaragoza tenía pie y medio fuera de los ruedos, todavía no está emocionalmente amortizado y el público más lego cree a pies juntillas en su concepto.

Padilla saludó con largas a su primero, pasó demasiadas veces en falso con los garapullos en la mano acusando la falta de facultades y se dio a los derechazos a media alturita, a los circulares, a los mantazos, más pendiente de las reacciones del personal que de las de su antagonista. Mató pronto y el presi, que compartía onomástica con el diestro, lo celebró con un primer trofeo que a la postre fue el más justo de la tarde. Quitó por faroles en el cuarto, enmendó la plana con los palitroques y, jaleado por su cuadrilla que para eso cobran los hombres, construyó un trasteo muy visual con 'Gallito' de fondo musical, toda una afrenta al Rey de los Toreros, dicho sea de paso. «¡Que me lo quitan de las manos, oiga!», proclamaba a los cuatro vientos las excelencias de su maestro el peonaje mientras hubiera estado más ajustado a derecho un homenaje al viejo Chuck Berry atacando las notas de 'Johnny B. Goode' mientras el pirata se hubiera entretenido en imitar el paso del pato. A muchos, limitados en sus conocimientos taurinos, no les hubiera extrañado ni tanto así.

El Fandi quitó por zapopinas al segundo, le endilgó un buen par de la moviola, otro al cuarteo y cerró al violín. En el último tercio acompañó la exigua embestida del fuenteymbro, no pasó de correcto pero sacó ciertos pectorales por la hombrera contraria que muchos quisieran. Al final acabó aburriendo. El quinto tenía alma de manso y solo quería los adentros. Por todos los tendidos se pasearon bestia y hombre en un intento vano por hacerla embestir. El granadino se afanó en que solo viera muleta, le birló algunos pases y la faena acabó diluyéndose como los cubitos de hielo en un vaso de gin tonic.

Vicente Soler afrontaba su tercera corrida como matador. Por querer y voluntad no quedó, pero evidenció las lógicas carencias. Con las banderillas dejó un arriesgado quiebro por los adentros al tercero después de quitar por crinolinas. Muy medido de arrestos el toro tuvo los viajes justos. Pero el de Burriana eliminó barreras, se incrustó entre los pitones y acabó cogiendo uno antes que la anatomía de bóvido diera con sus huesos en la arena. Al atacar por segunda vez la suerte suprema, de manera sorpresiva, se le partió el estoque quedando la mitad enterrado en el toro. La oreja... más que justita y fruto del cariño del personal.

Al que cerró plaza se fue a esperarlo a portagayola saliendo muy apurado de la reunión. Brindó a sus compañeros de paseíllo y se las vio con el más encastado del sexteto que demandaba mano baja y dominio. Lo intentó sin acabar de rematar, mató de media caída muy efectiva y a sus manos fue a parar una oreja muy cuestionada por parte de la plaza que no paseó más allá de unos metros en la vuelta al ruedo.

No estaría de más que la empresa inviertiera en limpieza y dejara los tendidos impecables tras los espectáculos matinales. Las pipas cubriendo el suelo son una marranada.