La llegada del segundo hijo suele ir más allá de las expectativas que se tienen a priori. Para empezar, solemos comparar la experiencia con la vivida con el primer hijo y entran tantos factores en juego, que lo normal es encontrarse con lo inesperado.

Las diferencias pueden venir desde el tiempo necesario para conseguir el embarazo. Si en el segundo se tarda más, son comunes los síntomas de estrés y preocupación. Estos, a su vez, pueden influir negativamente en ese tiempo de espera y contaminar la experiencia con sentimientos de desagrado.

El proceso de gestación y el parto suelen ser distintos también. En el segundo embarazo parece que la sintomatología se desarrolla más rápido y con mayor energía. La barriguita se nota antes, el cansancio es mayor y los calambres o dolores físicos se agudizan, entre otras cosas. El parto, parece ser que por la «memoria» del propio cuerpo, si no existen complicaciones, suele ser más rápido y necesita de menor intervención externa.

Todas estas vivencias, junto con la realidad de contar con un hijo mayor por casa y la experiencia que todo ello aporta, hacen imposible poder comparar un hijo con el otro.

Cuando el nuevo miembro de la familia llega a casa, la dinámica familiar se tiene que reajustar y... no, no va a ser tampoco lo que os esperabais. Se ha sumado una persona más, pero no se trata de una progresión aritmética.

El esfuerzo y energía necesaria es mayor del esperado y se necesita de buena comunicación con la pareja o con la familia para que ese extra inesperado no desgaste ni a la persona ni a la relación. Es muy normal también que los papás puedan llegar a sentirse desplazados por la llegada del segundo, más incluso que con el primero.

El hijo primogénito puede desarrollar sentimientos ambivalentes hacia su hermanito, puesto que se alegra y enternece por ese compañero todavía bebé que le han traído, pero los celos por el cariño y cuidado de sus padres acechan día a día y ponen a prueba sus propias herramientas de superación y aceptación de los cambios.

Por lo que mi consejo es ir aceptando las cosas conforme van viniendo y disfrutar de la experiencia, entendiendo a cada hijo y todo lo que él conlleva como una experiencia única, otorgándole el valor que tiene, preocuparse por conocerlos de forma diferenciada y actuar en consecuencia con la personalidad y necesidades propias de cada uno.

Esto les hará sentirse más queridos y comprendidos, libres para expresarse y aprender, lo que les acercará indiscutiblemente a su felicidad.