Cuando una historia de amor comienza se unen dos seres en cuerpo y alma y, aunque viven y comparten los mismos momentos, no comparten la misma esencia. Si se le pide a una pareja que cada uno dirija la película de su relación, estas se basarían en la misma historia, pero contada de forma muy diferente. Cada una desde el punto de vista de su director, dejando entrever su personalidad, sus anhelos, sus vivencias anteriores, sus miedos y sus expectativas individuales.

Desde nuestra infancia vamos generando unas expectativas sobre nuestro «yo» futuro: «¿qué estudiaré?», «¿cómo me ganaré la vida?», «¿destacaré en lo que haga?», «¿ligaré mucho?», «¿me casaré?», «¿tendré hijos?». Luego, la vida se va encargando de desvelarnos estos misterios, modificando algunas creencias y deseos y originando otros nuevos.

Cuando tenemos pareja esas expectativas se ponen en común de forma abierta, pero no siempre es así. Muchas de ellas pueden no coincidir, pero sí coexistir, como que a uno no le guste ver la tele en su ocio y al otro le encante, pero ¿qué sucede cuando estas expectativas se anulan entre sí, como sucede en la intención o no de ser padres?

Muchas parejas no hablan de este tema hasta que uno de sus miembros no siente esa «necesidad» de forma inminente (y digo necesidad porque es así como muchas personas lo sienten); otras son conocedoras de su discrepancia, pero creen que su pareja puede cambiar de opinión con el tiempo (el creer que se puede cambiar a la pareja para el propio beneficio ocurre muchísimo y en muchos aspectos de la relación); otras parejas, sin embargo, coinciden en sus expectativas de ser o no ser padres, pero en uno de ellos cambia por completo (por las circunstancias que sean). En todos estos casos nos encontramos ante un problema de los grandes, puesto que se es padre o no se es, no hay término medio y ceder a los deseos del otro conlleva el negarse un deseo propio de forma permanente. Está claro que todo depende del grado de convencimiento que se tenga sobre la propia decisión y muchas veces se cede a disgusto, pero se produce un reajuste adaptativo saludable y la relación prospera, aunque lo habitual es que la individualidad dentro de la relación de pareja se vea tan afectada que acabe en ruptura.

Lo ideal es que, se tome la decisión que se tome, se hable abierta y sinceramente sobre el asunto, planteando todas las posibilidades y los sentimientos que ellas provocan, sopesando los pros y contras de cada opción y respetando las emociones y necesidades de la pareja, sin olvidar todo el amor que siente.