Como es obvio, la mera evocación de la festividad fundacional hizo que afloraran los recuerdos más dispares. Así, el escritor Toni de Cuc comentó la escena de la gaiata de la grupa con los dos castelloneros, que presidió la Porta del Sol. Según él, aquellos primeros monumentos, estáticos y escultóricos, pronto tuvieron una réplica, más pequeña, que se utilizaba para procesionar en el desfile nocturno. Un sobrino del músico Pepito García, el más longevo de los presentes, evocó la presencia de gaiates de mà, incluso antes de la guerra. Por su parte, el estudioso Àlvar Monferrer deslizó la idea jocfloralesca de que la Junta organizadora de aquellos fastos, tuvo en mente encargar los versos del pregó cada año a un poeta distinto. Es bien sabido que el primer año el bate elegido fue Espresati y que en una seguda edición el honor recayó en Artola, pero resultó curioso saber que hubo un tercer agraciado, en este caso, el maestro Soler i Godes. Sostuvo Monferrer que un pariente del pedagogo le confidenció en una ocasión que la carta con el encargo llegó al domicilio y que don Enric no la abrió hasta muchos años más tarde. Entonces, una vez leyó la misiva, se sintió aliviado al no haberse tenido que medir contra su admirado Artola. Y el pregó que quedó es el que conocemos.

Tanto o más sorprendente que el caso de las rimas fue el testimonio del bibliotecónomo Luis Miguel Pérez Lobo. Según dijo, el anuncio que lucía la joyería Moliner en el que pregonaba que allí se había confeccionado la corona de la Lledonera de 1924, había quedado desmentido por el testimonio de los titulares de una joyería cercana, de la misma calle: el establecimiento de las Cuatro Esquinas no contaba con taller propio. Eso sí, tenía mucho cartel.

La estrella de David

Luego, los asistentes tuvieron en sus manos un documento gráfico inédito hasta la fecha. Ya nos hemos referido en estas páginas a la presencia inquietante de la bandera del III Reich en la calle Enmedio. La estampa debió tomarla el dentista Nicolau el 14 de un «año triunfal». Un año que, por la simbología exhibida por el régimen de Franco, bien podría tratarse de 1942. Según nos cuenta el profesor Jaime Peris, fue muy frecuente en estas conmemoraciones que las autoridades desplegaran los heraldos de sus escasos aliados internacionales: la bandera nazi alemana, la tricolor italiana y la del Japón. Pero esta última, en cuanto el Imperio del Sol Naciente invadió las añoradas islas Filipinas (a finales de 1941) dejó de ondear en España y, cómo no, en nuestro querido Castelló «liberado».

Más extraña que la ausencia nipona, resulta avistar, entre tanta bandera vertical, falangista y requeté, una con la estrella de David y más si la vemos tan cerca de otra con la cruz gamada. Ni el que subcribe ni los presentes, ni tampoco el economista José Sánchez, que en su día trató amorosamente el cliché, encontramos la lógica del asunto. Una interviniente creyó ver la enseña del protectorado de Marruecos, pero su estrella es de cinco puntas, no de seis como la de la imagen. ¿Se trataría de un error? Misterio sin resolver.