Desde hace trece años, Sonia Lapierre reside en el Primer Molí de Castelló, un barrio tranquilo, solo agitado durante las fiestas de la Magdalena pero que, como bien dice nuestra protagonista, «solo es una semana y se puede aguantar». Lapierre está casada, tiene dos hijos y desde hace un año, aproximadamente, es la voz de la Plataforma en Defensa de la Llei de la Dependencia en Castelló. De origen francés, vino a la capital de la Plana con solo siete años y aquí forjó su infancia y adolescencia. La ciudad de Castelló le atrapó tanto que decidió quedarse para formar su familia.

Junto a su marido se instalaron en un piso de la avenida Valencia pero, con el nacimiento de su primer hijo, decidieron cambiar de barriada y optaron por el Primer Molí, principalmente, por la proximidad del colegio. «Cuando tienes hijos, todo gira en torno a ellos», comenta. Ya instalados en el Primer Molí nació su segundo hijo.

Entre las cualidades de esta barriada, Lapierre destaca la gran cantidad de comercios y la proximidad entre sus vecinos. «Aquí tenemos de todo: droguería, perfumería, cosméticos naturales, mercería, óptica, farmacia, frutería, supermercado, estanco, ludoteca,... Yo solo voy al centro para comprar ropa», explica. Precisamente, su proximidad con el centro fue otra de las ventajas que tuvieron en cuenta ya que «apenas cogemos el coche. El poder a los sitios andando es calidad de vida». No obstante, desde que el Ayuntamiento de Castelló reordenara la red de autobuses urbanos, la conexión con el barrio San Agustín (donde trabaja nuestra protagonista) se ha visto afectada. «Antes cogía el 1 para ir a trabajar y el 8 para volver y me dejaba prácticamente en la calle de mi casa. Ahora, al volver tengo que coger también el 1 y me deja más lejos», apunta.

Otra de las cuestiones que ha perjudicado la movilidad del barrio ha sido la remodelación de la plaza Juan XXIII que ha eliminado el vial que conectaba la avenida Capuchinos con la calle Castelldefels y obliga a sus vecinos a tener que ir hasta el final de la avenida y dar la vuelta por el parque. Según Sonia, «podrían haber dejado la calle o permitir a los residentes cruzar por la plaza».

La familiaridad entre los vecinos es tal que Sonia empieza a dejar que sus hijos hagan algunos recados solos. «Hay un vínculo especial con el vecindario. En una ocasión, a mi hijo no llegaba el dinero para coger el autobús y le dije que fuera al bar de Castro y se lo pidiera, que ya se lo devolvería. Eso en otro tipo de barriadas hubiera sido impensable», comenta.

También cuentan con varios parques, el principal (el parque del Primer Molí) y el conocido popularmente como el parque de las canchas.

Ambos están muy cerca pero ninguno tiene columpios adaptados, lo que sería otra de las reivindicaciones de Sonia. «Los niños que tienen alguna discapacidad no pueden subirse a ningún columpios. Precisamente, hay espacio suficiente para ello. E incluso el parque de las canchas está vallado, y sería más seguro», explica.

Sonia y su familia también son muy activos y pertenecen a la asociación de vecinos, donde participan en varias de las actividades que ofertan. El curso de guitarra al que asiste su marido, la biblioteca de la que es usuaria su hija y ella misma está pensando en apuntarse a las clases de yoga. Además, quieren que la oferta se amplie a clases de manualidades. «El pertenecer a la asociación comporta muchas ventajas. Tienes una amplia oferta de actividades y todas cerca de casa», apunta.

Todo ello, y pese a las pequeñas reivindicaciones, hace de este barrio el lugar ideal en el que vivir en familia. Para Sonia Lapierre, su marido y sus dos hijos es como vivir en familia y a apenas unos metros del centro. «No lo cambiaría por ningún otro barrio», espeta