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Orgullo del Bovalar

Ángel Dealbert y Pablo Hernández forjaron sus exitosas carreras en la cantera del CD Castellón La imagen de los dos futbolistas es una de las principales claves de la ola de ilusión que ha generado el cambio de gestores en el club albinegro

Orgullo del Bovalar

La ola de ilusión que ha levantado el cambio de gestores en el Club Deportivo Castellón se explica en gran medida por Ángel Dealbert y Pablo Hernández. No son dos ex jugadores cualquiera. Son Ángel y Pablo. Los dos se formaron en la cantera albinegra, en el viejo Bovalar, y los dos se hicieron querer a su manera por la afición del Castellón. Ángel llegó al primer equipo, lo subió a Segunda y ahí compitió hasta emprender carrera continental con el Valencia; y Pablo se quedó con la espina de no haber jugado, todavía, en Castalia. Se marchó al Valencia en edad juvenil y el Castellón le cerró las puertas cuando pudo volver cedido. Después firmó una excepcional carrera internacional, que aún continúa.

Dealbert pertenece a la quinta de 1983. «Una de las mejores», en palabras de Manolo Flor, uno de los principales captadores de talentos de la cantera albinegra, donde permanece. «A veces íbamos a torneos y los teníamos que esconder porque venían a verlos de clubes grandes». Dealbert llegó a ese equipo en el primer año cadete. «Vino para sustituir a Galindo, que se iba al Zaragoza. Nos lo ofreció Manolo Casanova y vino a probar en pretemporada. Enseguida Pedro Soler, el entrenador, vio su potencial y se lo quedó. Llegó como central pero también lo empleamos mucho de mediocentro». Ángel destacaba «por la limpieza en la salida y por el poderío físico». También por «no dar nunca un problema. Era un buen chico». Lo sigue siendo. «El otro día tuvimos una reunión en Castalia y enseguida vino a saludarme». Flor apunta uno de los intangibles que puede aportar Dealbert al Castellón. «Él tuvo opciones de irse de chaval y prefirió quedarse, y luego hizo más carrera en el fútbol que otros que se fueron antes a canteras más grandes». El niño que vista la albinegra tiene ahí un buen ejemplo.

«Quizá él no era el más fino con la pelota», explica Flor, «pero el fútbol no es solo eso. Él tenía las ganas y además esa pizca de suerte de que en un momento dado en el primer equipo necesitaban centrales, y él estaba ahí en el lugar adecuado».

Natural de Benlloch, Dealbert estudió en el instituto Ribalta en la capital de la Plana. Santi Tena era uno de sus compañeros. «Era muy buen tío, siempre de bromas. Recuerdo que nos decía que iba a debutar en el primer equipo pero no nos lo creíamos del todo». Ángel, pese a debutar en el Castellón en edad adolescente, era uno más en clase. Si acaso lo frenaban en Educación Física. «Cuando jugábamos pachangas el profesor le decía que estuviera tranquilito, que si no el partido no estaba igualado». Santi recuerda la habilidad de Ángel para «escribir con el compás en el plástico del boli Bic», y no preguntamos para qué, y aprovecha este momento para «enviarle un abrazo y recordarle que me debe dos discos que le dejé, uno de Platero y el otro de Stratovarius».

El guiño de Planelles

Pablo es dos años más joven, de la quinta de 1985. Flor lo recuerda «adelantado a su edad. A menudo lo subían con los mayores». Aquí hay anécdota, y la escribió Juan Bautista Planelles, legendario futbolista del Castellón, en este diario, en 2009. Contaba Planelles que se encontró en un aparcamiento con un señor. Sabía que lo conocía pero no exactamente de qué. «No sabes quién soy, ¿verdad? Acertaste el futuro de mi hijo». Era Alfonso, el padre de Pablo Hernández, que años antes iba a buscar a Planelles, que trabajaba en el polideportivo Chencho, para que viera los partidos del crío. «Tengo grabado en mente», escribió Planelles, «que era un niño que le llegaba el balón, se los regateaba a todos y marcaba gol. Marcaba más de cinco cada partido, a veces más de diez, y sus compañeros no querían jugar con él porque se aburrían, de tantos goles que metía».

Ya era entonces Pablo internacional absoluto, y brillaba en el Valencia. En el Castellón estuvo hasta edad cadete. En el primer año juvenil se marchó a València junto a otra promesa orelluda, Óscar Sebastiá. Ahí ese Pablo jugón y chupón seguía igual de jugón pero mucho menos chupón. «Técnicamente era muy bueno», apunta Óscar, «jugaba de mediapunta o extremo, y el regate lo tenía, pero también veía muy bien el pase». Óscar era delantero y metió «un montón de goles gracias a Pablo. Veía enseguida mis desmarques y era un gran pasador».

Óscar y Pablo forjaron una buena sociedad fuera y dentro del campo. «Nos compenetramos bien», señala, «era un buen compañero y muy competitivo. No le gustaba nada perder, se cabreaba mucho si no jugaba bien. Al llegar al Valencia juntos nos apoyamos. Primero estábamos algo cohibidos pero no costó que nos aceptaran». En ese juvenil jugaba Raúl Albiol. En la residencia en la que se quedó Pablo a vivir había otros talentos como David Silva. «Pablo del Castellón a muerte», comenta Óscar, «y también del Madrid». Es otra cosa que comparte con Dealbert, que creció admirando a Fernando Hierro. Los dos aprendieron a querer al Castellón que ahora pretenden salvar dejándose la piel en el viejo Bovalar, «en el campo de abajo», rememora Sebastiá, «que empezaba el año verde pero al final era de tierra».

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