Hacía muchos años, demasiados, que en estas fechas no nos veíamos desbordados por la expectación y la euforia espontánea que ha generado la llegada de Jordi Bruixola, aunque él prefiera poner por delante en la titularidad del proyecto a dos de los nuestros, Dealbert y Pablo, listo como es y consciente de que son su mejor tarjeta de presentación, su escudo incluso. Tanto tiempo llevábamos sin hablar de posibles fichajes que ya celebramos la vuelta a ¿casa? de Frank Castelló, cuyo único mérito fue enfrentarse a David Cruz, que no es poco. Y no digamos de la olvidada sensación de hambre que despierta la salida a la venta de los abonos para la próxima temporada, hasta el extremo de que estemos dispuestos a comprarlos a cinco años vista sin la seguridad de que el espectáculo se mantenga abierto. Todo eso y mucho más se llama ilusión. Bendita ilusión.

Tanta tenemos que la exportamos. De hecho es el gran argumento -casi el único- esgrimido cuando Bruixola y Pepe Mascarell se regalan en su gira promocional por los medios de comunicación, que con Vicente Montesinos aún no he tenido el placer. Un discurso que, me dicen, tampoco varía cuando han ido a venderse ante las empresas locales y el Ayuntamiento de Castelló, en esa suerte de chantaje emocional que supone recordarnos quién nos ha librado de Cruz y ahora pasar factura por ello.

Y mira que suena bien la cantinela, de no ser porque pasan los días y los empresarios consultados y las autoridades entrevistadas, me confiesan si no su decepción, sí ciertas dudas. Las mismas que me corroen a mí desde el principio y que todavía no han conseguido disiparme en el par de veces que hemos podido hablar. Porque para quienes andamos justitos en matemáticas, siguen sin salirnos las cuentas y me temo que el responsable de Hacienda tampoco aceptará cobrar el millón largo que le debemos con cargo a nuestra ilusión, y renegociar el convenio en base a otros intangibles de esos de los que tanto presumimos: sentimiento, orgullo tribal, pasión.... Como tampoco los jugadores que renegaron en la anterior etapa aceptarán como aval el aliento sin par de un Castalia lleno a rebosar.

Nadie sabe nada del famoso plan de viabilidad, la misma pomposa y eufemística denominación para corregir la falta de dinero propio, que eso nunca lo han ocultado, y que la alcaldesa ya exigió a Cruz con idéntico resultado. Y no digamos sobre las ¿curiosas? condiciones en que se ha negociado esa renuncia de Cruz en diferido, con su abogado de topo en el consejo de administración y sin fecha para la convocatoria de la junta general de accionistas que reduzca el capital a cero para disipar toda sombra de sospecha sobre la continuidad de Osuna, Blasco y el mismo Cruz, pero sobre todo sirva para alejar a los presuntos delincuentes del cuerpo malherido y ultrajado que pretendemos sanar.

Desconozco, finalmente, si en el juzgado también considerarán suficiente ese torrente de optimismo y esa esperanzadora senda que nos marcan para frenar la solicitud de un administrador concursal; porque nuestra confianza, como la justicia, es ciega, aunque en este caso el choque de intereses deviene mayúsculo. Ya no es sólo Sentimiento Albinegro y el fiscal quienes reclaman ese auxilio, y no parece lógico que se echen atrás cuando el dinero sigue sin aparecer, ergo la causa de disolución se mantiene.

Bruixola ha repetido hasta la saciedad que tenían contemplados todos los escenarios y no había otra manera de hacerlo. Como también que la transparencia regiría su gestión. Y no seré yo quien lo cuestione, a pesar de que no han empezado bien, quiero pensar que por advenedizos. Prefiero darles tiempo para que nos salven. Pero resultará más difícil convencer a la Justicia y a Hacienda con más palabras que euros.