Tanto en la preparación del derrocamiento de Pedro Sánchez (labor de topo de Susana Díaz, barones y corifeos) como en el asalto final (dimisión de la Ejecutiva de los 'célebres 17' y Comité Electoral del 1 de Octubre de 2016), el arma más potente utilizada fue la acusación al sitiado de ser un contumaz perdedor de elecciones y de haber conducido al PSOE a los peores resultados de la historia, lo cual literalmente no era cierto y contextualmente resultaba erróneo y manipulador de una realidad en la que habían aparecido dos fuerzas políticas emergentes con toda la vis atractiva de lo nuevo e incontaminado.

Es experiencia contrastada en la ciencia política (reconozco que juntar 'ciencia' y 'política' me da cierto pudor) el hecho de que no existe candidato a la dirección de un partido que logre asentar y fortalecer su liderazgo sin victorias electorales previas. Por ceñirnos a la democracia española: Felipe González se convirtió en líder supremo indiscutible, a pesar del contrapoder guerrista durante un tiempo primero, por mor de sus repetidos éxitos electorales; Aznar, personaje antipático, se endiosó tras su victoria por mayoría absoluta; Zapatero, a pesar de su bisoñez e inmadurez para la gobernación, nos hizo creer, tras sus triunfos en los comicios, en el poder taumatúrgico del llamado efecto Zapatero; Rajoy, el ser con menos carisma que imaginarse pueda, a consecuencia de su éxito electoral de 2011, ha devenido en líder intocable del PP, a prueba de la corrupción global que lo envuelve; Almunia, experto e inteligente, cayó por el fracaso electoral; Rubalcaba, la mejor cabeza política del momento, al decir del maestro F. González, sucumbió cuando del 44 % bajó al 28 % de votos socialistas...

El caso del Pedro Sánchez de hoy es atípico. Pedro Sánchez es un renacido, según la definición mediática, de la muerte que le causó un susanismo ayudado por la derecha política y sus fuerzas mediático-financieras. Con su victoria sobre tan descomunal enemigo, el nuevo líder del PSOE ha inaugurado un escenario en el que la disposición de los actores políticos ha cambiado esencialmente. El argumento de la obra ya no va de PP, Cs y un PSOE confundido con el PP y sus políticas, ya en el imaginario social no encuentra eco aquello de un partido socialista formando parte de la casta, la trama o los de arriba o la triple alianza. La victoria de Pedro Sánchez sobre Susana Díaz va de esto precisamente: el PSOE viejo, con todos sus méritos de antaño y sus errores de hogaño, ha finiquitado y se ha puesto en pie un refundado partido socialista empeñado en comprender e influir en una sociedad compleja, tensionada y convulsa por las incertidumbres de una revolución tecnológica, informática, robótica... que insinúa la modelación de un prototipo de hombre por definir.

Actualmente los bloques están claros: PP y Cs, a la derecha y PSOE y Unidos Podemos, a la izquierda. Se acabaron las telarañas y camuflajes semánticos que trajo aparejados el populismo postcomunista de Iglesias y cía (los de arriba, los de abajo, la casta, la trama, las élites, la gente...) en una artificiosa operación hermenéutica de la 'hegemonía' gramsciana.

Esta percepción social de la separación nítida e inequívoca de los dos bloques, de derecha e izquierda, y el consiguiente 'perdón' de los pecados socioliberales cometidos por el PSOE que ello implica, es la primera victoria del Pedro Sánchez renacido. Es más que una victoria estratégica. Se trata de ideología y de política. De momento estamos ante un éxito inicial, embrionario, que habrá de fortalecerse y cristalizar, según se desarrollen los congresos de las federaciones y, en especial, según le vaya al PSOE de Pedro Sánchez en la próxima confrontación electoral.

Todo lo que antecede se dice sub conditione de cómo salgamos de 'la trampa catalana', si vivos, malheridos o muertos... Porque ese sí que es en verdad un territorio desconocido.