los Juegos de la XV Olimpiada no habrían tenido Barcelona como sede de no haber presidido Juan Antonio Samaranch Torelló el Comité Olímpico Internacional. Para que la ciudad prestara el apoyo a la idea, que ya había sido suya en varias ocasiones, fue necesario que el alcalde Pasqual Maragall no dudara un instante en los beneficios que podía proporcionar. El impulso deportivo favoreció las grandes reformas de tipo urbano que no se conocían desde los días del Ensanche. Política y deportivamente, Barcelona se convirtió en gran imagen mundial de la España de los noventa. Fue con este motivo, de nuevo, la ciudad de los prodigios.

Samaranch dedicó su vida al deporte y, desde los Juegos Mediterráneos, también con sede barcelonesa, fue participando en todos acontecimientos deportivos nacionales e internacionales. En 1965, presidió la delegación española que jugó la primera final de Copa Davis con Santana, Gisbert, Arilla y Couder, en 1965, en Sidney. En España fue Delegado Nacional de Deportes, entonces perteneciente al ministerio más político del régimen, la Secretaría General del Movimiento. Presidió la Diputación de la Ciudad Condal y estableció una oficina de la entidad en Madrid. Llegó al COI y en el mismo se convirtió en el miembro dedicado a los medios informativos. Su llegada a la embajada de la Unión Soviética fue el paso decisivo para la conquista de su gran ambición.

Con anterioridad, Madrid y Barcelona se enzarzaron en inútil pelea para ser candidatas. Ninguna de las dos logró el objetivo porque el COI no vio claro que dos grandes ciudades de un país se enzarzaran en proyecto tan inconcreto. Barcelona estuvo a punto de ser candidata en los años treinta y la inseguridad política, que derivó en Guerra Civil, cortó la carrera.

Samaranch celebró un almuerzo en Madrid, en el chalet que tenía Raimundo Saporta, vicepresidente del Real Madrid, dedicado a la FIBA, con los responsables de las páginas deportivas de los diarios madrileños, incluida TVE, la Agencia Efe y La Hoja del Lunes. Durante el café expuso su idea de conseguir que Barcelona fuera candidata. Solicitó que hubiera consenso en los medios y lo consiguió. Explicó con tal claridad el proyecto que ningún periodista de la capital consideró que Madrid podría ejercer ningún tipo de candidatura.

Fue la primera batalla ganada. Una vez establecido en Moscú, intensificó sus relaciones con los países del Este de Europa, del mundo afín a la URSS. No le faltó el apoyo de los representantes de estos países para conseguir al presidencia del COI. En la víspera de la inauguración de los Juegos de Moscú-80, en las puertas del Teatro Bolshoi le pregunté a Saporta, que estaba en los entresijos, cuál era su opinión sobre la elección. Saporta me dijo: «Pregúntele a este señor». Era Addy Dassler, dueño de Adidas, que, rotundamente, respondió: «Ganará Samaranch».

Así fue aunque para ello tuvo que usar todas sus influencias y amistades para que acudieran a votar representantes de países que había declarado el boicot a Moscú a causa de la invasión de Afganistán. El único que no se presentó fue el miembro chileno del COI porque el dictador Pinochet lo ordenó e impidió la participación de los atletas de sus país. Sí lo hizo el tunecino Mohamed Mzaly sin su país en competición. En la suite del hotel en que residía Joao Havelange, presidente de la FIFA, se reunieron todos los miembros del COI de países hispanos. Con esta fuerza el otro candidato, el suizo Holder no tenía nada que hacer. (Años después al entierro de Addy Dassler, por deseo de la familia, solo asistieron dos personas ajenas: Samaranch y Havelange).

En la Sala de Columnas de los sindicatos soviéticos, lugar en el que habían sido velados los cadáveres de todos los mandatarios soviéticos, desde Lenin, fue elegido Samaranch. La carrera hacia Barcelona era cada vez más directa.

En Lausana pronunció aquello de «a la ville de Barcelona», pero los problemas no habían acabado.

En la ciudad, Maragall se las tuvo tiesas con Jordi Pujol, presidente de la Generalitat, porque había obras en las que estaba involucradas ambas entidades. La famosa Pata Sur fue motivo de largas discusiones, pero finalmente la ciudad se asomó al mar con la nueva nueva zona creada en lugares que habían estado deteriorados durante años.

Samaranch se aplicó a conseguir que los deportistas españoles pudieran tener una actuación brillante. Los Juegos no podían pasar como mero espectáculo mundial. Ferrer Salat, presidente del Comité Olímpico Español, se empeñó en crear una sociedad que protegiera a los deportistas y nació el ADO. Desde la Secretaría de Estado para el Deporte, presidida por Javier Gómez Navarro, se tuvo otro planteamiento, pero se produjo la fusión y las medallas no fueron pura ilusión.

En aquellos años había sido creado el Comité Olímpico Catalán (COC) que, dirigido por Ángel Colom, se hizo notar en todas aquellas ciudades en las que el COI celebraba sesiones plenarias. Colom montaba ruedas de prensa en su hotel para conseguir conciencia de que Cataluña debía contar con el COC y así desfilar en Barcelona.

Gibraltar estaba también detrás de su propio comité. Bastaban la firma de cinco federaciones internacionales para crear el comité nacional. Gibraltar tenía en sus manos dos y una de ellas, la de atletismo que pesaba mucho.

Hubo en medios ingleses y franceses informaciones dedicadas al COC y, naturalmente, a Gibraltar y de ahí que hubiera preguntas en las conferencias de prensa sobre las solicitudes de gibraltareños y catalanes. En plena guerra, en la Sesión de Edimburgo, compareció ante los medios el juez Mbaye, una de las piezas clave en el gobierno de Samaranch y tuve la ocurrencia de preguntarle si Córcega e Irlanda del Norte habían presentado su petición de creación de comité. Córcega habría creado algunos conflictos a la republica francesa. Aquellas páginas dedicadas a COC y Gibraltar perdieron titulares. Tiempo después, en Acapulco, la Comisión Ejecutiva del COI se reunió y trató el asunto de las peticiones que las había de diversas categorías. Se tomó la decisión de que solamente serían reconocidos los comités nacionales de países considerados como tales por la ONU. Con ello se cortaba el paso al COC y Gibraltar.

La noticia me la tuve que guardar unos días y fue preciso que me la contara alguien porque no quería protagonizarla Samaranch. Durante la cena, quien fue sustituto de Samaranch, el belga Jaqques Rogge, sin darse cuenta me cantó la noticia. Unos días después desde Lausana la lancé con la sorpresa de mis colegas de la agencias internacionales pertenecientes como yo, director de Deportes de EFE, a la Comisión de Prensa del COI.

La noticia fue publicada debidamente y en Barcelona aparecieron pintadas acusando a Samaranch de traidor. En la inauguración de los Juegos, la princesa Ana de Inglaterra le hizo el feo al rey Juan Carlos de no tomar asiento en el palco presidencial. La ciudad condal, que contaba con carteles dedicadas a pedir la independencia de Cataluña, vivió la mayor explosión patriótica durante los Juegos. Nunca jamás se vieron tantas banderas nacionales en el Camp Nou como durante la final del fútbol ganada por España.