Solo la desconexión de la realidad de la mayoría de ciudadanos, absorbidos y enajenados por el ímprobo esfuerzo de la supervivencia diaria „si tal expresión (desconexión de la realidad) se entiende como vivir de espaldas a lo que sucede o dicen los mass media que sucede„, explicaría que no se haya producido una explosión de histeria colectiva ante los mensajes que a velocidad exponencial se están acumulando en anuncio de la fundación de una República Catalana Independiente (RCI), separada de España, lógicamente.

Casi nada. Una República Catalana Independiente. Pensar en ella solo adquiere su trascendencia, si atendemos a su correlato: una España sin Cataluña y por qué no, sin las tierras aragonesas de la Franja, sin el País Valenciano y Les Illes y sin el País Vasco y sin Galicia y sin Cartagena. Cada uno es deudor de su biografía personal, intelectual, ideológica y política. Desde todas estas perspectivas, recibo el mismo sentimiento de vacío angustioso y de vértigo. El Proyecto de Ley de Transitoriedad y Fundación de la RCI describe con concreción y detalle la arquitectura institucional del nuevo Estado. Hasta los bienes y derechos reales se han inventariado para titularizarlos a nombre de la nascitura República Catalana, por si alguien creía que iba de una broma de los independentistas. Esto va en serio. Los independentistas no sueñan con una Utopía, ven su República al alcance de la mano, la tocan con los dedos, la huelen, la sienten virgen, hermosa y benéfica. No están alucinados, están enardecidos y eufóricos por la gran Ilusión de su vida. Ahora o nunca.

El Gobierno acaba de decir que tiene «preparada y prevista» la respuesta a la «aberrante» Ley de Ruptura. Yo pienso, por contra, que nadie tiene el cálculo de los hechos concretos que se producirán en torno al 1-O, antes y después. El Gobierno se aferra al dictado de la Ley, que vehiculará el Tribual Constitucional, y que en su versión extrema, la coactividad, puede implicar la inhabilitación de autoridades de la Generalitat, su detención, su encarcelamiento, la evitación física de colocación de urnas, etc. Pero no se puede asegurar si habrá o no alborotos callejeros o movilizaciones limitadas o masivas de carácter insurreccional. Todo propicia la incertidumbre.

La suposición más verosímil, en la que desgraciadamente se acomodan Rajoy y su Gobierno, consiste en esperar un 1-O con incidentes disruptivos de baja intensidad, resultados en las votaciones no homologables y, al fin, un fiasco de referéndum similar a la Consulta del 9-N de 2014. Craso error. Nada de lo que sucede lo hace en vano. La Historia es aleccionadora. Desde finales del siglo XIX, en tres momentos se produjo la proclamación de la independencia de Cataluña: 5 de marzo de 1873, 14 de abril de 1931 y 6 de octubre de 1934. En la última ocasión, a Lluís Companys no le bastó la lealtad del Jefe de los Mossos d'Esquadra, Pérez Farrás, ante la declaración del estado de guerra del Gobierno derechista de Lerroux. El Capitán General de Cataluña, Domingo Batet, en apenas 48 horas resolvió el problema, con 46 muertos y más de 3000 personas detenidas.

Es significativo que en las tres ocasiones la proclamación de un Estado catalán o de una República catalana independientes mantenía una vinculación con el resto de España en alguna forma de federación. La desconexión que se prepara para el día siguiente al 1-O es total, absoluta. La Historia ha hecho su camino y el proceso ha ido a más. Por eso decimos que, ocurra lo que ocurra el 1-O, nada será igual en el futuro.

El procés no quedará desbaratado y extinguido. Durante los últimos 5 años ha avanzado tanto y ha creado realidades y expectativas tan vigorosas y verosímiles respecto a la cercanía del paraíso de una República nueva, solo para catalanes, liberada de la Monarquía borbónica de la España caduca, que es insensato esperar que todo abocará a la desilusión de los independentistas sin más.

El lenguaje, las palabras han creado mucha realidad. La descripción del edificio institucional de la República catalana ha sido tan pormenorizada, abundante e ilustrativa que en la urdimbre cognitiva y emocional de los independentistas quedará formado un troquelado político-cultural desde el que germinarán y se desarrollarán batallas intermitentes de una guerra sin fin.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La respuesta a estas alturas queda para los historiadores. Ellos harán analogías y comparaciones de circunstancias y acontecimientos desencadenantes (clima cantonal, crisis de la Monarquía, declaración de inconstitucionalidad de la Ley del Cultivo, declaración de inconstitucionalidad del último Estatuto, crisis económica...). Importa responder hoy a la clásica cuestión del Qué hacer. Y no hay más alternativa que ofrecer a la sociedad catalana una profunda reforma de la Constitución Española con una asociación de la nación catalana flexible (liberada del lastre de una idea integrista de la unidad de España).

De momento, y conforme se acerca la fecha del 1-O, el vértigo catalán aumenta en unos, mientras la mayoría silenciosa contempla el espectáculo como si fuese una película de suspense.