«Ui, el meu germà se´n va anar a viure a les Catalunyes», esta fue la respuesta de un masovero de Rossell a don Paco Esteve, cuando el arqueólogo le preguntó por su hermano. Al instante, el aludido entró por la puerta como la cosa más normal. En efecto, el hombre había marchado a vivir a la Sénia, cruzando los límites entre el antiguo reino y la futura «república».

Ignoramos si en los extremos del puente que separa ambas localidades se instalará próximamente un puesto fronterizo o si la aduana quedará fijada entre Vinaròs y Alcanar, donde aún retumban los ecos de la explosión de las bombonas de la yihad, que este agosto ha sustituido a los seísmos del Castor.

Como no podemos aventurar ninguna hipótesis sobre lo que sucederá el 1 de octubre, nos centraremos hoy en lo que supusieron las relaciones humanas entre los castellonenses y sus vecinos, más allá de la apelación recurrente a los tradicionales vínculos historicistas.

Primos y hermanos

Un salto en el tiempo, desde que el rey Jaume I firmara en Lleida la licencia de traslado de Castelló, nos permitirá constatar la presencia en la Plana de otros naturales del Principado, que, como unos nuevos cruzados, se instalaron por sus fueros. Estos «viatjants» o exclusivistas de marcas comerciales, sin llegar al dramatismo del viajante de Arthur Miller, vivieron y hasta murieron entre nosotros. La Droguería Catalana, de los Blanch, que sufrió varios incendios que tuvieron que ser sofocados con la ayuda local. La tintorería homónima, en la calle Alloza, la papelería Serap de Parés, en la calle Dolors, o la representación de la Pepsi de Blandinieves, en Pérez Galdós, son sólo unos ejemplos. También el catalán apellidado Solé llevó la dirección de la Panderola, cuando la compañía del vapor estuvo vinculada a unas monjas de Barcelona. Otro fue Benazet, de nacionalidad andorrana y zapatería en la Porta del Sol. Y Enric Alé, que le hacía la competencia a Valls con el suministro de Rocalla, el fibrocemento alternativo a la Uralita. Por último, recordamos a Joaquín Casanova, alma mater del Círculo Catalán de la capital, industrial textil y presidente del C.D. Castellón hasta en dos ocasiones.

La nueva diócesis segregada de Tortosa también inundó la ciudad de clérigos del norte, empezando por el propio obispo Pont y terminando por sus compatriotas Perearnau -el intelectual que le asistió en las jornadas del Concilio Vaticano II- y mosén Deig, que le hacía funciones de chauffeur. Junto a ellos, Jaume Freixes, numerario del Opus Dei adscrito a la iglesia de la Trinidad y confesor de Fernado Herrero-Tejedor.

Junto a botiguers y capellans hubo muchos más llegados del Principado, tantos que ni nos acordamos de ellos. Uno que sí que nos merece un recuerdo entrañable fue el médico Company, vecino del Grau. Este galeno colaboraba en la prensa local con unos artículos curiosos con los que ya nos gustaría empatar. En uno de ellos trató el tema de la supresión de la consonante «p» en el vocablo «psicología». Según expuso: «psique» significa alma en griego, mientras que «syka» quiere decir higo. Siguiendo la lógica, la nueva ciencia «sicológica», en lugar de tratar sobre la mente, debía ser una disciplina aplicada al estudio... ¡del higo!