En el tiempo de la dictadura, el Primero de Octubre se celebraba en Día del Caudillo, por ser esta la jornada en que Francisco Franco fue designado en la Capitanía General de Burgos: «Jefe del Gobierno del Estado, mientras dure la guerra». Sin embargo, el decreto, que se publicó en fecha previa, la coletilla se cambió por «(...) quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado», sin que nadie la cambiase ni una coma durante cuarenta años. La festividad alcanzaba a todos los rincones de la geografía española; también a Villa Elisa de Benicàssim, donde el tortosino Joaquín Bau Nolla pasaba los días de asueto junto a su esposa, una Carpi, y el resto de familia castellonense. El cacique aceitero del Montsià había ordenado transportar desde su ciudad -de la que había sido alcalde- hasta su palacete de verano una lápida romana para engalanar la fachada que miraba a Cataluña. Era un relieve con un motivo mitológico de la época del Imperio con la que dejaba meridianamente claro al resto de propietarios del paseo Coloma que allí residía un patricio, el conde que presidía el Consejo de Estado. El destacamento de guardia civiles, que impedía el libre acceso a la playa a los bañistas, también lo aclaraba bastante.

Como es bien sabido, Villa Elisa fue adquirida a finales de los años 80 por el ayuntamiento benicense, siendo ahora su titular. A lo largo de este tiempo, el Museu Arqueològic de Tortosa ha reclamado, en varias ocasiones, la recuperación de la pieza romana para la capital del Baix Ebre. Hoy no sabemos qué sucederá el próximo primero de octubre, si habrá o no un nuevo «jefe de Gobierno» que «asumirá los poderes del nuevo Estado». En la Plana, a lo peor, lo único que nos queda ya de la vecina república sea su lápida.