siempre me ha gustado la sinceridad de José Manuel Llaneza. Me parece un tipo normal, campechano, como el ex rey de España, el que no se dedica a hacer discursos amenazantes contra la sociedad catalana, sino el del «¡¿Por qué no te callas?!» que bien pudo haberle gritado a su hijo cinco minutos antes de que lanzara esta semana uno de los mensajes más poco reconciliadores que le he escuchado al monarca. Llaneza es un poco así. Una persona directa, un tanto brusca y seca en ocasiones, de los que dan estopa cuando la han de dar y de los que se enternecen cuando logras superar una barrera defensiva que se abre poco a poco con el paso de los años.

Muchas cosas se pueden decir de José Manuel Llaneza, pero nadie podrá decir que no va de cara, que no habla con claridad y total sinceridad, que defiende a los suyos y que ama al Villarreal por encima de todas las cosas. Un señor al que le gusta hablar.

Esta semana tenía el placer de hacerlo de nuevo con él. Y me gustó mucho la conversación. Creo que ha sido la ocasión en la que lo he visto más cómodo. No se si porque conducía su vehículo y la carretera le hizo acomodarse a la situación, o no, pero fuera por que fuese, Llaneza se abrió como una magrana.

Con él hablé de muchos temas y algunas de sus respuestas francamente me sorprendieron. Llaneza reconoció que la pretemporada había sido mala, muy mala, (algo a lo que tiempo atrás le había quitado hierro), y que lo fue porque el Villarreal había perdido su estilo. «Nosotros no hemos sido un equipo de juego rácano. Siempre hemos intentado jugar el balón», recalcaba el vicepresidente señalando directamente a Escribá. «El segundo gol de Bakambu es un claro ejemplo. Ese tipo de cosas llena al público del estadio. Así no hay silbidos y pitos y muchas cosas que no deben de haber nunca». Llaneza lo reconoció. Al menos a él, lo que veía no le gustaba. No le gustó ante el Espanyol y tampoco ante el Getafe, pero esto para él ya venía de la pretemporada. Sin embargo, no pudo evitar que Roig saliese días atrás a defender a capa y espada a Escribá, harto de los pitos de una parte del público, «els sabuts» que en esta ocasión acabaron teniendo razón, y que al parecer, compartían la opinión de Llaneza.

Roig hizo lo que suele poner en el manual del presidente en estos casos, pero lo hizo cargando contra una parte de la afición, a la que acabó dando indirectamente la razón con la destitución del valenciano escasas dos o tres semanas después. «Las cosas no han salido bien, y si se tiene que cortar se corta. No podíamos esperar más», me explicaba Llaneza. «El golpe de Getafe fue para hacérselo ver, incluso el empate del Espanyol. El equipo no llegaba a gol y mira ahora, no se cuantas veces llegamos el domingo, 14 o 15. Con los mismos jugadores el equipo no se parece en nada».

Roig no es Dios. Hace muchas cosas bien, pero también se equivoca. Lo hizo cuando habló de Marcelino y lo ha hecho en esta ocasión. Pero esto es algo normal. Todos nos equivocamos, yo el primero. Pero del error, el aprendizaje, y la corrección. Y esta se llama Calleja. El madrileño en siete días ha unido a jugadores, directiva y afición entorno a un equipo que vuelve a jugar al fútbol y que parece va en la buena dirección, en un estadio que aplaude y ya no pita. Llaneza disfruta y eso se nota.

Ojalá tenga durante mucho tiempo más conversaciones como esta, en las que el diálogo prima por encima de todas las cosas. Algunos, como el monarca Felipe, podrían tomar nota.