Creo que el partido que el Villarreal ha de disputar ante el Girona es un partido trampa. Quiere decirse que, después de lo visto, poco todavía, de lo que puede ofrecer el Villarreal, de momento reducido al último partido de LaLiga Santander ante el Eibar, un equipo menor puede inducirnos a una valoración equivocada. Ni el Villarreal es todavía el equipo que está dispuesto a construir J avier Calleja, ni el Girona solo el equipo recién llegado de la Segunda División. El equipo catalán que el submarino amarillo visita tiene mucho de inyección recibida del fútbol inglés del que es deudor, en forma de cesiones varias y prometedoramente útiles a los intereses del cuadro catalán. De modo que ojo al Cristo, que es de plata.

Como resulta ser que allí esperan al Villarreal como un grande -así lo ha definido uno de sus jugadores más representativos públicamente-, habrá que concluir que facilidades no van a encontrar los marineros del submarino. A veces, los recién llegados actúan como pardillos por su condición de recién llegados, pero hay que haber estado en Segunda División para saber cómo se las gastan, sobre todo en lo tocante a entusiasmo y compromiso. Y quien avisa no es traidor.

El partido ante los armeros, celebrado como mereció por aficionados, crítica y protagonistas, resultó de lo más entretenido, además de eficaz, adornado por los tres goles cobrados por Bakambu, lo que está muy bien. Pero ocurre que, en fútbol, cada partido tiene su historia y hay que jugarlo. Si el Villarreal tiene una debilidad, esta es lo que le cuesta entrar en los partidos y recuerden si no los primeros veinte minutos ante el equipo vasco en los que pareció el equipo indolente de casi siempre.

Afortunadamente Bakambu acertó a meterla en aquella vaselina, fruto de la cual el marcador se puso en franquía, el equipo lo agradeció y a partir de ahí las cosas resultaron francamente aplaudibles, pero tuvo que llegar el estímulo del gol.

Como por otra parte el Villarreal perdió comba en los primeros encuentros de la temporada hasta tener que depositarlo sobre la acción de la cirugía, tiene el deber de recuperar puestos en una Liga bastante más competitiva de lo que ya era a partir del tercer puesto en la clasificación, puesto que los dos primeros los juegan y ganan los dos trasatlánticos y no hay más cera que la que arde, y la que arde, para las aspiraciones del Villarreal, ha aumentado en lo que hace a los rivales directos.

A título de ejemplo ahí está la trayectoria inicial del equipo que entrena Marcelino García, que suma dos activos particularmente atractivos: uno, el talento, carácter y el añadido de la revancha personal de su entrenador que daría cualquier cosa por clasificarse por delante del submarino; otro la necesidad del Valencia por reinventarse, después de unas cuantas temporadas cosechando fracaso tras fracaso.

Tres son los equipos valencianos en la Primera División, lo que por lo que hace al orgullo patrio es una gran noticia que celebramos. La rivalidad territorial concede a la primera competición española un atractivo añadido, circunstancia que ha de espolear el compromiso del Villarreal, el Valencia y el Levante, cada cual con sus virtudes y defectos, que de todo habrá en el devenir de la competición.

Así las cosas, partidos como el que va a disputar el Villarreal este fin de semana son principales, dada la supuesta superioridad amarilla, que está por ver. Como es cierto que el cambio en el banquillo ha supuesto un cambio a mejor, es menester un alto grado de compromiso porque querer es poder y el Girona, querer, querrá. Si los de amarillo quieren, el partido será un lujo para los espectadores.