Un día como hoy, anodino y frío, el cielo debería haberse oscurecido a las 15:00 horas. En lo alto, las estrellas habrían dibujado una cruz y al tiempo que la Virgen Santísima se aparecería en desde un cerro, los tullidos, los enfermos y los malditos se habrían curado de sus males. Pero nada de eso sucedió. Llegaron las tres de la tarde del 1 de diciembre de 1947 y el día siguió anodino y frío. Horas después, la enorme multitud congregada en la zona de la Morería, a los pies de la Cueva de la Campana, poco a poco se fue disgregando. Un día como hoy hace 70 años, lo que debería haber sido el Miracle de les Coves, no fue.

La niña Raquel Roca Tirado, de 10 años de edad, había anunciado días antes que el 1 de diciembre de 1947 la Virgen se aparecería a las tres de la tarde en la Cueva de la Campana, en el mismo lugar donde ella había ido a rezar durante 16 días seguidos, tal y como le había sido ordenado. Al principio iba sola. Pero poco a poco se fue extendiendo el rumor.

Cuentan las crónicas que uno de sus tíos, el Moreno, la llevaba sobre los hombros desde su casa en el municipio hasta la cueva. Era el único familiar que creía en las fantasías de la niña. Al tiempo que las procesiones fueron congregando a más y más gente, incluso el comandante de puesto de la Guardia Civil guiaba el camino, como indicó Julián García Candau en estas mismas páginas el año 1989. De hecho, antes del primero de diciembre, la gente se agolpaba a las puertas del domicilio familiar y le pedían a la niña que se asomara ara poder verla.

Su padre, Emilio Roca, y su madre, Jacinta Tirado, intentaron que la menor se quitara de la cabeza las fabulaciones. Se indicó que todo podía ser debido a ensoñaciones de la niña tras asistir a la proyección de «La canción de Bernardette», una película sobre las apariciones marianas de Lourdes. Incluso la enviaron a que la visitara un médico, para que la examinara y se olvidara de las apariciones y de los rezos. Pero la expansión de los rumores sobre unas futuras apariciones marianas era ya imparable, a pesar de los desmentidos de «las fuerzas vivas».

La familia, matrimonio y tres hijos, dos mujeres y un varón, había llegado al pueblo después de vivir unos años en les Useres, donde poseían algunos olivos que les permitían ya instalados en Les Coves de Vinromà algunos ingresos extra mediante el estraperlo del aceite. Anteriormente, el padre de familia había sido represaliado y trasladado desde el municipio de la Font de la Figuera, donde ejercía de telegrafista.

De hecho, no sorprende que las promesas de curación y exculpación de los males calaran en tantas y tantas personas. Sobre todo en una época inmediata a la Guerra Civil en la que el régimen fascista culpaba de todos los males a los fieles al gobierno legítimo que quedaron en lo que ha venido a llamarse «exilio interior». No hay que olvidar que aunque hubo numerosas agresiones anticlericales, la gran mayoría de la población era fervientemente religiosa. ¿Cómo se iba a culpar del hambre a un republicano «perdonado» por la Virgen?

Después del 1 de diciembre

Tras no aparecer la Virgen, las personas hacinadas en la Morería, entre 250.000 y 300.000 según la crónica, creyó oir que la niña había mandado que todos aquellos que se bañaran con el agua del riachuelo se curarían inmediatamente. La noche anterior había llovido y el peligro de contagio de enfermedades era evidente. De hecho, el informe que realizó la Jefatura Provincial de Sanidad apuntaba en esta dirección y hacia «las posibles consecuencias que pudieran derivarse del hacinamiento en que han vivido varios días millares de personas sanas y enfermas, limpias y aseadas y sucias, portadoras de parásitos peligrosos para la salud en lugares que no reúnen las mínimas condiciones de higiene», tal y como recogían las noticias enviadas por la delegación de prensa.

En cuanto a los baños curativos indica el mismo informe que «la locura de muchos que, respondiendo a indicaciones que no se han podido comprobar o a propios y temerarios impulsos, se echaron al agua de pequeño caudal, a pesar del frío intensísimo que se dejaba sentir, lavándose las llagas y enfermedades repugnantes, mientras otros llegaban al extremo de beberse las mismas aguas, probablemente infectadas».

De esta manera, las autoridades desmentían las posibles curaciones y reforzaban la versión oficial, instada días antes por cardenales y arzobispos, tanto de Tortosa como de València, que habían indicado en sendas misivas que no se siguieran las comitivas que desde las ciudades más próximas se dirigían a les Coves de Vinromà.

Tras el suceso, el cabeza de familia fue destinado a Barbastro, donde se casaría de nuevo tras la muerte de su primera esposa, y después a Cantavieja, población en la que se jubiló. Respecto a la niña, que debería tener ahora 80 años, no ingresó en un convento como había sido comunicado, sino que se trasladó a Barcelona y, al parecer, vivió una vida acomodada junto a su marido, médico de profesión.