No hace mucho vi compartida en redes sociales y en medios de comunicación la noticia del «abuelo UCI» de Atlanta, que lleva 12 años abrazando a bebés prematuros de manera desinteresada en su tiempo libre. Tengo que reconocer que al leer la noticia me emocioné. No por la acción solidaria del anciano, ni por la tierna imagen que la acompaña, sino por todas las consecuencias positivas que ese pequeño acto va a tener para ese bebé.

Todos hemos experimentado los efectos reconfortantes y tranquilizadores de una muestra de cariño y aprecio (un abrazo, un beso, una caricia, una sonrisa, incluso una mirada de afirmación o complicidad). Todas ellas se tratan de una forma de comunicación primitiva tanto en la evolución de la especie humana (y no solo humana) como en la propia evolución de cada individuo. Así pues, aunque un bebé no sepa el significado social de todas estas demostraciones, su cuerpo (y para ser más exactos, su cerebro) recibe la estimulación necesaria para despertar un torrente de neurotransmisores y hormonas causantes de sensaciones agradables y placenteras. El contacto hace que el bebé se sienta protegido y querido, lo que reduce sus reacciones negativas ante situaciones estresantes para él, como dolor por pruebas médicas (en prematuros son abundantes) y angustia por separación (cada vez más se están acondicionando las UCIs de neonatos y ampliando los horarios de visitas y participación de los padres, pero los recién nacidos que necesitan de cuidados médicos padecen una separación forzosa y antinatural de los proveedores principales de esa protección y cariño, sus padres) entre otros.

La exposición continuada del cerebro del bebé a esas sustancias propiciará que su forma de entender el mundo y de enfrentarse a él sea desde la autoconfianza, y no desde el miedo. Este miedo e inseguridad se nutren de los altos niveles de adrenalina y cortisol (entre otras sustancias) que las tempranas experiencias de estrés generan.

El único modo de que la oxitocina y los opiodes ejerzan sus «poderes» calmantes es a través del contacto físico suave y acogedor, lo que también fortalece enormemente la relación con el bebé, generando vínculos afectivos fundamentales.