Desde Japón nos ha llegado el sushi, el kimono, la epinefrina, la reverencia al saludar y el círculo rojo de su bandera. Un contraste entre tecnología y tradición que ha inspirado al mundo una manera más sosegada y espiritual de contemplar la vida. Japón también es conocida por la exportación de dibujos animados y de cómics, con los que han crecido los milennials. Nacida en la década de los 80, esta generación consume unos contenidos aparentemente para niños que dejan una estela machista procedente del país del sol naciente.

La historia de España no ha estado limpia de sexismo. Al contrario, este país se ha labrado por sí solo toda una tradición sexista y patriarcal contra la que aún se lucha en muchos ámbitos. Algunas influencias externas, llegadas con la globalización, funcionan como sostén de una lacra ya de por sí difícil de combatir. El manga y el anime -de origen japonés-, son una de ellas.

La desigualdad de género visible en las producciones literarias y artísticas es el mero reflejo de una sociedad puramente machista. Los datos lo corroboran y Japón se encuentra en el puesto 111 de los 144 naciones que participan en el Índice de Brecha Global de Género, elaborado por el Foro Económico Mundial en 2016, quedando a la altura de países como Tayikistán o Gambia en el ámbito de la igualdad política y social.

Atendiendo al puesto 101 que Japón ocupaba el año anterior, es evidente el deterioro en cuanto a la integración de la figura de la mujer. En España también ha empeorado, descendiendo desde el puesto 25 en 2015 hasta el 29 que ocupa en la actualidad.

Japón no logra frenar costumbres tan machistas como el gusto por las colegialas; el grado de inclinación de las reverencias, superior en las mujeres por obligación; la popularidad de las geishas; la necesidad de vagones de tren exclusivos para ellas para evitar los constantes abusos sexuales...

Los tocamientos son tan comunes en Japón que reciben un nombre en función del ámbito donde se dan. Los más populares entre los jóvenes, conocidos como seku-hara, tienen lugar en el trabajo o la universidad. La sociedad nipona, lejos de luchar contra ellos, los ha ascendido a la categoría de nuevas temáticas para el anime y el manga hentai -erótico o pornográfico-. Series y cómics que, a la chita callando, llegan hasta nuestros hogares para introducirse en los cerebros, todavía tiernos, de los niños y jóvenes españoles.

Así, el público infantil, acrítico y permeable, «aprende lo consumido a través de los medios quedando intoxicado por la repetición de roles y modelos de comportamiento estereotipados», sostiene la investigadora Inmaculada Sánchez en su estudio Infoxicación en la animación televisiva. Personajes masculinos y femeninos que perpetúan roles. El consumo de contenidos sexistas condiciona el futuro de los niños, pues, según este estudio, «crean y construyen un imaginario que será la base para la conformación de las creencias y valores en una etapa más adulta».

Dragon Ball, Candy Candy o Lady Georgie son algunas de las series japonesas más famosas que empezaron a emitirse en las televisiones españolas entre finales de los años 80 y principios de los 90. En ellas, la lujuria y el erotismo juegan un papel fundamental. «La sensualidad y el deseo están presentes en muchas producciones japonesas para adolescentes que llegaron a diferentes regiones occidentales», según Valeria Arnaldi, escritora de Cuerpo y anime. Desnudo y erotismo en la animación japonesa: «erróneamente se consideraron adecuadas para niños, solo porque eran dibujos animados». La falta de pudor por lo carnal, no obstante, no es igual en España, pues es un país mucho más casto a la hora de abordar el sexo.

Aun así, el más arraigado sexismo oriental continúa adentrándose en España bajo el pseudónimo de nuevos subgéneros, como el cosplay, que consiste en disfrazarse de personajes admirados. Ropas que, en el caso de las mujeres, dejan poco espacio a la imaginación; «Como los disfraces están basados en mangas y animes que vienen de una cultura bastante misógina, los personajes están caracterizados con unos roles de género más marcados que aquí», asegura Erik, artista y vendedor de ilustraciones en la Feria del Manga de Valencia 2017. Y añade que «es bastante común ver chicas enseñando carne o más sexualizadas». Muchas de ellas apuestan por vestirse con uniformes de colegialas, buscando, además, aquella esencia de niña bonita tan popular en Japón.

La fama de estos géneros en España crece tanto que el Gobierno del PP se vio obligado en 2015 a cambiar la ley sobre pornografía infantil, de forma que, ahora, el Código Penal castiga «las imágenes realistas de un menor participando en una conducta sexualmente explícita o imágenes realistas de sus órganos sexuales».

El polémico subgénero del lolicón hace oídos sordos a la nueva ley, pues sexualiza y erotiza a los personajes femeninos con apariencia infantil. Esta rama del anime y el manga nació en Japón a finales de los 90 como una contracción de la expresión «complejo de Lolita», en alusión a la novela Lolita, de Vladimir Nabokov.

Japón fue el último país de la Organización para la Colaboración y el Desarrollo Económicos (OCDE) en prohibir la posesión de imágenes con abusos reales a menores. «Desde hace algunas décadas, la legislación nipona prohíbe mostrar los genitales de adultos, tanto masculinos como femeninos, pero no condena las imágenes de niños desnudos. Se ve como algo normal», según Oriol Estrada, psicólogo especialista en Asia Oriental y organizador del Salón del Manga de Barcelona. «Entonces, un autor aprovechó para dibujar a personajes adultos pero con forma de adolescentes. Así, logró saltarse la censura».

La ley japonesa, endurecida en los últimos años, no considera pornografía infantil las escenas sexuales con menores en el manga y el anime. Algo que ha generado controversia en el país, pues no ha gustado, entre otros colectivos, al Partido Liberal Democrático, contrario a la cosificación de la mujer y los niños.

Los defensores de la ley son empresas relacionadas con la edición y difusión de contenidos culturales. La Asociación de Editores de Revistas de Japón, que representa a más de 90 editoriales, defendía en 2014 que la nueva ley «podría llevar a una regresión de la libertad de expresión y limitar a los artistas y a la cultura editorial».

Atendiendo a los beneficios económicos que obtienen las editoriales con estos géneros, no es de extrañar que Japón, tercera potencia económica mundial, decida hacer vista gorda a todas aquellas escenas con ciertas esencias machistas y pornográficas que tanto les ayudan a vender el anime y el manga que son un pilar de su economía. «En este último año, las dos industrias generaron 2 268 millones de euros», aporta Estrada. Y las ilustraciones constituyen más del 40 % de la industria del papel frente al 10 % de las ventas del mundo editorial en España, según la Oficina de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) en Japón.

La permisividad del país nipón sobre las conductas sexistas no es una realidad exclusiva de sus dibujos artísticos. Así, mientras Occidente procura castigar al culpable, Japón, influenciado por el condescendiente budismo coreano, tiende a dar manga ancha a las conductas perniciosas de sus ciudadanos y, paralelamente, a las de cientos de simpáticos personajes que filtran en España una histórica e inmensa cultura pedofilia y machista.