Como el curso del río Guadiana vuelve a renacer la polémica sobre los usos de las dos lenguas oficiales, en esta ocasión con motivo de la rotulación de las calles de Castelló. La incitativa sobre el nomenclátor de la ciudad, generalmente, ha recaído en el ayuntamiento y es a él sobre quien recae la responsabilidad de los aciertos y los errores. También si las placas son o no monolingües (como antes lo habían sido en el unitario castellano). Sin embargo, no siempre había sucedido así.

La asociación Moros d´Alqueria acometió en solitario, allá por la década de los años 80, la labor de la normalización del nomenclátor al valenciano, como única lengua que aparecía escrita en los plafones cerámicos. Por lo tanto, la piel fina de nuestros desmemoriados munícipes conservadores -azulados o anaranjados, tanto monta, monta tanto el PP como Ciudadanos- les debería llevar la mirada hacía las manisas de las calles «Josep Pascual Tirado», «Peixcateria» e incluso las de la «Plaça Major», entre otras del casco urbano. Pero la proeza lingüística de la entidad festera, iniciada en los tiempos de las mayorías socialistas de los alcaldes Tirado y Gozalbo, se marcó el propósito de cambiar el nombre de un vial por año.

Algo parecido hicieron estos moros cuando decidieron colocar una placa de cerámica que recordaba a todos los que pasaban por delante de l´esglesieta de Sant Nicolau que allí, en ese mismo recinto, estuvo ubicada la antigua mezquita de Castelló. Tal como ha recordado el ex concejal Nomdedéu, en un artículo reciente publicado en este periódico, la inscripción fue retirada posteriormente para que el colectivo musulmán (el auténtico, no la comparsa) no se creyera con el derecho de reclamar la titularidad del templo de Alloza.

Hacia un nuevo callejero

Pero no nos quisiéramos desviarnos de la cuestión del nombre de las calles, porque con la llegada de Gimeno a la alcaldía, este político y arquitecto comenzó a escribir la penúltima página en esta historia del callejero local. Y no sólo porque «Las Calles de Castellón» fue el título del libro que editó su abuelo Gimeno Michavila allá por 1930, sino porque el primer edil se afanó en sustituir las placas por azulejos bilingües. No le valió el ejemplo cívico, ni el tímido impulso de los ayuntamientos anteriores que, en contadas ocasiones, rotuló en valenciano algunos viales emblemáticos. Gimeno -el nieto- acometió la no-normalización como una máxima en sus mandatos. Este hecho sólo fue superado por su propio partido, cuando en tiempos de sus sucesores, se complementaron las placas con subtítulos incomprensibles en cualquier lengua (Campoamor, Poet. Alloza, Ing. o Colón, Desc.).

Por último, uno de los criterios para que el Consistorio otorgara el honor de dar el nombre a un vial era haber fallecido. Pero hubo una excepción. El pintor Pepe Agost hacía bastantes años que había marchado a París y en Castelló se creyó que reunía las condiciones para merecer una calle. Sin duda, tenía méritos para ello, pero cuál no sería la sorpresa del artista cuando se vio rotulado y, lo que es mejor, vivito y coleando.