Sobre la ineludible «qüestió de nom» inherente al tema que nos ocupa, el profesor Miquel Àngel Pradilla contrapone el citado término de los «Països Catalans», incluso el de «Països de llengua catalana» (véase la placa de la fotografía), el de la «catalanofonia», de cierto regusto afrancesado. Vaya por delante que nosotros también lo preferimos, pues compartimos en criterio de otro profesor, Miquel Nicolás, cuando afirma que: «el terme Catalanofonia pot entranyar des del punt de vista del màrqueting lingüístic, com a alternativa a formulacions equivalents fallides. En efecte, el designador Països Catalans comporta un projecte polític, segons el qual la llengua és la nació, de molt escassa viabilitat, ara com ara».

Pero la polémica, y la polisemia, se vienen arrastrando desde la noche de los tiempos, más o menos cuando, a finales del siglo XIX el nombre acientífico y renaixentista de «llemosí» se topó con la realidad. Parece ser que fue el historiador Marcelino Menéndez Pelayo quien, en unos Jocs Florals de Barcelona, señaló la inconveniencia del término a favor del de «llengua catalana» y, sin quererlo, destapó la caja de los truenos. Así, los hablantes de los territorios que excedían los límites estrictos del Principat, comenzaron a sentirse agraviados y esgrimieron su derecho a esgrimir sus particularismos respectivos: tortosino, menorquín, ibicenco, borriolenc, etc, etc.

Transcurrido más de medio siglo de esta nueva confusión babélica, una expedición de catalanes se presentó en el Mas de la Foya con el propósito de entrevistarse con Gaetà Huguet i Segarra. Entonces, aquellos le hablaron al patricio sobre la oportunidad de realizar una encuesta «ideológica» que sirviera para delimitar con claridad los límites de la lengua en la zona churra del interior de Castelló. La pregunta que iban a formular era: «¿Vosté què és: valencià o aragonés?». Hoy, en la mayoría de masías, ya no queda nadie para responder.