El pleno del Ayuntamiento de Castelló del pasado jueves, y por ende los días previos, han venido a constatar que el Club Deportivo Castellón nunca dejó de ser un arma arrojadiza en según qué manos, unos con intereses políticos y otros mercantiles, cuando no todos a la vez. Y me explico.

Me molesta el oportunismo de quienes, como Ciudadanos, reclaman hoy transparencia y comisiones, después de meses sin enterarse de las precariedades de Castalia o del incumplimiento del convenio de cesión. Todo no vale en la carrera meritoria por ser cabeza de cartel en un partido de moda, porque las comisiones siempre han existido y nadie se ha preocupado de aprovecharlas.

Tampoco es de recibo el populismo de Castelló en Moviment, capaz de exigir la municipalización de todos los servicios pero aprovechar la coyuntura para pedir solapadamente el intervencionismo del ayuntamiento en una sociedad anónima y exigir una determinada fórmula en la ampliación de capital, más estética y jacobina que efectiva, por incomparecencia de la afición, o cobrar las obras de mejora del estadio en forma de acciones (una prevaricación en toda regla) y luego repartirla entre los aficionados en otra irregularidad que no consentirían los técnicos.

También me parece insultante el cinismo del PP, que en su afán de recuperar el gobierno municipal es capaz de alianzas antinaturales con la marca local de Podemos, y obviar sin pudor alguno que la situación actual es consecuencia de su mala praxis. ¿O acaso no es plausible el intento de evitar el modelo que permitió a Osuna, Blasco y resto de la banda hacer suyos los 600.000 euros de subvención anuales de Alberto Fabra para, luego, unos y otros, directivos bajo sospecha y concejales de todo a cien, condenarnos al descenso administrativo que nos sigue lastrando después de siete años? Eso sin olvidar la sibilina idea de la refundación que apadrinaron, entre otros brillantes albinegros, Javier Moliner y Vicent Sales. Así que lo mejor que puede hacer el actual PP es aplaudir en la grada y dejar que otros limpien su mierda.

A mitad de camino entre la ignorancia y la connivencia, Compromís intenta hacernos olvidar su manifiesto apoyo a David Cruz, hasta el extremo de facilitarle un generador cuando le iban a cortar la luz o dar crédito a sus cuentos chinos. Ahora quieren participar del éxito que se arroga la alcaldesa, que no es otro que el haber trabajado en solitario, no digo yo si bien, pero al menos con coherencia, pidiendo lo mismo a los actuales gestores que a los anteriores: un plan de viabilidad que asegure la supervivencia del club, algo que curiosamente le cuestionan quienes antaño exigían ejemplaridad y hoy (mal)viven de la ilusión deportiva.

Amparo Marco ha puesto fin a tanta demagogia con un planteamiento inequívoco: el ayuntamiento invierte un millón de euros en Castalia y ahora el consejo tiene que mostrar su proyecto. Reducirlo todo a un cánon negociable es como quedarse mirando el dedo que señala la luna. Y ya han quedado todos demasiado retratados. Bien haría el nuevo inversor en apostar por ir de la mano con el ayuntamiento en lugar de favorecer ese cainitismo actual, basado en la amnesia colectiva, y del que han intentado sacar provecho los políticos de turno.

La final del domingo. No quiero que se olvide que llevo tres partidos aparcando mis filias y mis fobias deportistas, los tres que no se han ganado y han reducido ostensiblemente nuestras opciones de conseguir el campeonato y por extensión el camino recto hacia el ascenso. Sea cual fuere ese sendero, el corto o el largo de las tres eliminatorias, el premio final es demasiado grande como para perdernos ahora en facturas pendientes. Ganar es la prioridad, y eso sólo lo pueden conseguir los futbolistas. Hay que estar a muerte con ellos hasta el último aliento.