Son las seis de la tarde del miércoles y Racic baja las escaleras de acceso a la puerta de la Tribuna Baja del estadio Castalia. El portero que más veces ha defendido la portería del Club Deportivo Castellón eleva la vista al cruzar el umbral, y suspira, de vuelta a la sombra de la Torre Maratón. «Te has emocionado un poco al entrar», le dicen, una vez sentado en una de las butacas de la grada inferior. «No», matiza, «me he emocionado mucho».

Dragomir Racic nació en la antigua Yugoslavia en 1946. Repartió su extensa carrera entre el Estrella Roja de Belgrado (1966-74) y el CD Castellón (1974-82). Fue internacional en diferentes categorías. Es el portero con más partidos oficiales en el club orellut (276), también el extranjero que más partidos ha jugado y fue titular en el ascenso a Primera de 1981. «Para venir aquí me engañaron un poco», apunta, «pero se puede decir que al final fui afortunado».

La llegada de Racic a la capital de la Plana define una época. «Miljan Miljanic, que fue mi entrenador en el Estrella Roja, estaba en el Real Madrid y habló conmigo», explica, «yo tenía 27 años y para salir entonces de Yugoslavia debías cumplir 28. Me faltaban unos meses y gracias a Dios me dejaron. Llegué a Madrid porque uno de los porteros se había lesionado. No tenían segundo portero y necesitaban uno. Me alojé en un hotel mientras entrenaba con ellos, hasta que un día me llamó Miljanic y me dijo que lo mejor era que me fuera, que ya tenían otro portero, que jugara unos meses en otro equipo y que luego volvería. Me explicó que el Castellón era un filial del Real Madrid, aunque luego me enteré que el filial de verdad era el Castilla, no el Castellón. Además, estaba Gento en el Castellón de entrenador, que era del Madrid. Yo no sabía casi el idioma, pensaba que iba cedido, eso me dijeron, pero cuando llegó el directivo del Estrella Roja vi la realidad. Le dieron un cheque, lo miró y me dio un poco de vergüenza, parecía que yo era un animal de ganado y me estuvieran vendiendo. El directivo luego me recordó lo del permiso, que lo habían conseguido antes de cumplir los 28 y, bueno, qué querías que dijera. Llegué con la idea de jugar seis meses, de jugar bien y luego ir a otro equipo, pero entonces me enteré de que no era libre para irme. Tenía ofertas de Francia, pero también mi mujer estaba ya aquí con mis hijos, contentos en el colegio y a mí me gustó la ciudad. Desde el primer día me quedé en Benicàssim, por la playa, y me salió todo bien, la verdad. Vine para seis meses y estuve ocho temporadas que nunca olvidaré. La mejor época de mi vida».

Ídolo generacional

El impacto de Racic en Castelló es difícil de calibrar desde la distancia generacional. Cumple la figura del ídolo clásico y va un poco más allá. Tan importantes como los partidos llegaron a ser los entrenamientos. Era casi tradición escaparse a la hora del patio o saltarse la clase para ver a Racic entrenar. «Está feo que lo diga yo, pero ya que lo comentas, es verdad, yo era consciente de todo eso. Salía del bar La Almazorina e iba andando hasta Castalia y escuchaba a los chavales ‘mira, Racic, vamos al entrenamiento’. Yo entrenaba como un animal. Tuve suerte al llegar que Gento le daba mucha importancia al entrenamiento de porteros y luego Obradovic también. En el Estrella Roja fue así. Milosevic, que luego estuvo en el Valencia, nos hacía entrenar muy duro y muy bien. Nos hizo mejorar muchísimo. Salimos de allí porteros de gran nivel».

Racic era un portero corpulento y carismático. Por debajo de su apariencia gélida, sin embargo, escondía un secreto de vulnerabilidad. «Antes de los partidos conmigo no podía hablar nadie, lo pasaba fatal. Si el partido empezaba a las cinco, entraba una hora antes al vestuario, paseaba, vomitaba, pegaba puñetazos a la pared. Pero salía al campo y era otra persona, me tranquilizaba. Ya me pasaba en el Estrella Roja. El día del partido no podía comer, solo bebía por la mañana un café».

Racic exhibía como portero unos rasgos personalísimos. «Dominaba el área. Salía por alto. Destacaba por los reflejos, porque empecé de niño como portero de balonmano. Para mí era más fácil parar tiros de cerca que de lejos. Cuando me tiraban de fuera del área me relajaba, pero a cinco o seis metros era valiente y la naturaleza me dio piernas fuertes y muchos reflejos, en las pruebas salían resultados que no se creían. También era muy hablador, mandaba mucho, sobre todo en los entrenamientos. Di Stéfano a veces me decía que me calmara un poquito, que me callara. Di Stéfano también era muy de broncas, de pronto, y luego una vez calmado le preguntaba, ¿pero qué querías decirme? Y contestaba: ‘Nada’».

Di Stéfano, junto a los mentados Gento y Obradovic, y los posteriores Paquito, Cela, Joanet y Osman, fue uno de los entrenadores de Racic en el conjunto albinegro. «Di Stéfano era un fenómeno, también como persona. En el Castellón había épocas de muy poco dinero y la verdad es que había jugadores que no tenían ni para comer. Di Stéfano muchísimas veces pagaba comidas para todos». Aquel Castellón a menudo se declaraba en huelga de entrenamiento. Salía al césped del viejo Castalia y se sentaba. Di Stéfano tiraba de capote ante los medios para negar la mayor: «Hoy ha habido clase teórica».

Otra de las peculiaridades de Racic era su duro y preciso golpeo de balón con el pie. Cuenta su hijo Dejan, que en los partidillos caseros les hacía ponerse junto al palo, quietos, asegurando que chutaría a un palmo de su cabeza, como si de un lanzador de cuchillos se tratara, y nunca fallaba. Racic metió ocho goles en el Castellón y durante un tiempo se encargó del lanzamiento de penalties. «Tenía un golpeo muy mecanizado al mismo ángulo, pero un día cambié el tiro, fallé y ya no me dejaron tirar más», cuenta. También cultivó fama de parapenalties. «El secreto era esperar al máximo. Si aguantas y aciertas el lado, salvo que sea un tiro perfecto, tienes muchas posibilidades de parar».

En la temporada 1980-81, al fin, Racic consiguió ascender a Primera División. Planelles y Robert marcaron en el decisivo 2-0 al Rayo Vallecano. «Fue uno de mis mejores partidos. El Rayo también se jugaba subir. Había mucha gente en Castalia y fue un día con la suerte necesaria. Subir a Primera después de tantos años de buscarlo fue un premio grande. El día más feliz por poner al Castellón donde merece. Dentro de mí siempre tuve esa rabia».

Un veterano muy querido

Ya era un veterano muy querido en todos los campos de España. «Jamás tuve un problema, siempre me recibieron con afecto. No era provocador. Solo me sacaron una amarilla en mi vida y fue por culpa de un compañero, que estaba amonestado, protestó y yo asumí la culpa para que no lo expulsaran. Nunca olvidaré un partido en Pamplona contra Osasuna. Tuve un gesto deportivo en la lesión de un rival y lo agradecieron mucho. Al año siguiente al salir a calentar me ovacionaron y me dieron un regalo». Son anécdotas que Racic guarda en la memoria con cariño. «El fútbol para mí es un amor. El deporte es para mí algo más que la vida. Te abre muchas puertas. Mi familia era humilde, mi vida de niño era el deporte y el deporte me dio una oportunidad. He visto medio mundo, muchos países, he conocido otras culturas. Con el Estrella Roja conocí toda Europa, toda Sudamérica excepto Paraguay, Centroamérica, Norteamérica, Asia excepto Japón… Son experiencias que de no ser deportista no hubiese vivido jamás. Y esta época en el Castellón es algo que no se puede olvidar. No sé de dónde ha salido el homenaje, pero estos días parezco un niño, no encuentro palabras. Aún no me lo creo».

No todo es tan bonito en el fútbol, también lo apunta Racic. «Luego también vi que hay mucha gente que se aprovecha del deportista. La gente que me trajo al fútbol español ganó más dinero que yo. Estuve nueve años aquí y no tengo pensión de España. No cotizábamos, aunque cada mes nos descontaban parte del sueldo en teoría para eso». Racic, que debutó en Copa de Europa y Copa de Ferias con el Estrella Roja, lamenta el actual menor nivel de muchas ligas nacionales. «En Serbia siguen saliendo jóvenes talentos, pero la liga es más débil. Cualquier jugador destaca dos partidos, llega un intermediario y se lo lleva. Además faltan los equipos de Zagreb, Split, Montenegro, Macedonia... Eran equipos que daban nivel al campeonato». Racic vivió la guerra de los Balcanes con el lógico «dolor». «De la guerra prefiero no hablar. Nos llevaron los políticos». Al volver a su país en los años ochenta se dedicó a la vida empresarial: «No quise empezar a formarme para entrenar, el Estrella Roja preguntó pero no me interesó».

Como jugador, Racic formó parte de un gran Estrella Roja. Se repartía la titularidad con unanotable hornada de porteros que emigró. Uno de ellos también al fútbol español, Dujkovic al Real Oviedo. El Estrella Roja con él ganó cuatro Ligas, tres Copas e incluso una Copa Mitropa. El zurdo Dragan Dzajic, considerado uno de los mejores futbolistas europeos de la historia, fue su compañero y sigue siendo su amigo. «Hablo con él casi todos los días y cuando le dije que venía a España a un homenaje no se lo creía. Vivo en Novi Sad y allí no terminan de creérselo tampoco, ni siquiera yo», bromea. «Estoy agradecido hasta no sé dónde».

A los 72 años, Racic sigue siendo un hombre fuerte. Durante la sesión de fotos, desliza: «Sabes que me faltan las dos piernas, ¿no? Tuve primero diabetes y luego un problema médico con una bacteria y era amputar o morir, y mira». Racic camina con prótesis, hábil, y se ayuda con un bastón. Emana de él, pese a todo, gran vitalidad. Es la actitud. Disfruta hablando de sus nietos. Ellos han heredado la pasión por el deporte, pero en otras disciplinas. «Una se dedica al baile moderno y es una de las mejores de Europa. Otro juega al hockey sobre hielo en Eslovenia y ahora se va a Finlandia. Los otros son todavía muy pequeños. Saben mis historias, se las cuento, y les gusta escucharlas». Las historias del guardián de Castalia.