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Calladita estás mejor

La señora secretaria general de Comunicación de La Moncloa, y por definición colaboradora directa del Presidente del Gobierno de España, en un viaje a Alicante acompañando al jefe, cuya llegada fue recibida con gritos de desaprobación por unos centenares de pensionistas, tuvo la ocurrencia de afear la conducta de los disconformes con una frase inadecuada: “que se jodan”, acompañada del correspondiente gesto de levantar el dedo corazón y el resto del puño cerrado, lo que todos conocemos lo que significa. De la abundancia del corazón habla la boca.

La niñata en cuestión no sabe ni media palabra de la vida de aquellas gentes que, habiendo llegado a la edad del júbilo, ¡ja!, se encuentran con que, en su inmensa mayoría, alcanzan una pensión media de aproximadamente 600 euros al mes, es decir, una miseria, que, además, ha de colaborar a la economía familiar, también porque los hijos y nietos siguen formando parte de la familia, están en el paro, más o menos intermitentemente o con un sueldo igualmente miserable.

Como en el entorno familiar de la señora secretaria de Comunicación la realidad de esos chupones de los Presupuestos Generales del Estado, les cae lejos , entiende mal la bronca, le suena a injusta y de la abundancia del corazón habla la boca. No entiende la susodicha que soportar un recibimiento más o menos desafecto va en el sueldo propio y del señor presidente del gobierno. Así las cosas conviene a la razón explicarle quiénes son, de dónde vienen, cuál es su hoja de servicios y su contribución al progreso de este país.

Así las cosas dejo en negro sobre blanco la biografía de uno cualquiera de los alborotadores para su conocimiento. La historia personal de Rafael es, en unos trazos, la siguiente: Rafael había venido a este mundo dos años antes del golpe de Estado del General Franco. Terminada la llamada guerra civil, comenzó la post guerra, un tiempo muy largo, en que el hambre física quedó instalada; en consecuencia una enfermedad formidable, la tuberculosis, se instauró en gran parte de las familias modestas o directamente pobres, y como la penicilina todavía no había sido hallada, los españoles de la época morían a puñados. Mal que mal, Rafael fue creciendo, y al cumplir los catorce años tuvo la suerte de encontrar un trabajo por cuenta ajena, con un salario de 240 pesetas a la semana, pero menos daba una piedra. Desde ese día, a Rafael se le fue descontando una parte de su salario que obligatoriamente iba destinado a engordar las cuentas de la Seguridad Social. Rafael fue un hombre “afortunado”, quiere decirse que siguió trabajando por cuenta ajena hasta que le llegó la edad de jubilación, sin dejar de colaborar ni un solo día a la hucha de las pensiones, excepción hecha de los dieciocho meses que duró la mili obligatoria.

Fueron cincuenta años de curro, cincuenta años de contribución a las arcas del Estado de las que una parte era dedicada al pago de pensiones de los jubilados de aquel tiempo. En cualquier caso, y dada su aportación para colaborar al pago de las pensiones de aquella época, entendía que, llegado su momento, tendría un pasar. Un pasar no como un regalo del presidente del gobierno, sino del fondo de pensiones público al que había tenía derecho, después de medio siglo rascándose la butxaca. Como el actual gobierno había decidido aumentar su pensión una puta miseria, protestaba y estaba en su derecho, porque este es un país libre.

El exabrupto de la excelentísima dama, colaboradora directa del primer ministro y nada menos que en tareas de información, es directamente un insulto para con un grupo de abuelos que son cualquier cosa menos receptores de una limosna. Insulte usted si le place a su señora madre, pero no lo haga conmigo porque mi dignidad como ser humano, como colaborador durante cincuenta años al fondo de pensiones obligatorio, me da derecho a protestar, y así me lo relataba malamente Rafael, decepcionado, indignado, también porque en el último cuarto de siglo había estado votando al Partido Popular, para que a estas horas de la película aquella dama le dedicó un “que se jodan”. Pues bien, que me jodan si ese es su deseo, pero a partir de ahora les votará a ustedes su señora madre de usted y de don Mariano. Entiéndase: puesto que este pueblo es soberano, cada cuatro años se convocan elecciones y los votos no se pesan sino que se cuentan, de modo que el suyo y el mío valen lo mismo, a lo mejor el año que viene le despido de su trabajo y que le vayan dando por el saco.

Primero no se podía pagar un porcentaje de acuerdo con el aumento de la carestía de vida con lo que era imposible un aumento mayor y más justo, pero después, y ante la necesidad de los votos vascos necesarios para aprobar los Presupuestos Generales del Estado, el PNV decidió prestárselos al PP a condición de que las pensiones fueran actualizadas de acuerdo IPC. ¿Se puede ser más cínico? Sí, se puede, mientras uno sea Presidente del Gobierno, un presidente conservador, al que no le duelen prendas para financiar con cuarenta y cinco mil millones de euros a los bancos. Yo, de mayor, quiero tener un banco.

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