E l Castellón ha conseguido que le quieran por lo que es, no por dónde está. Es algo creo que bonito y bastante sano, pero también entraña un cierto peligro de acomodamiento. Ahora mismo, uno de los principales retos del club es manejar eso. Castalia, un estadio tradicionalmente caníbal y tendente a la autodestrucción, está construyendo una nueva personalidad. Es uno de los efectos de las siete temporadas en Tercera, de una década de penuria verdadera. Los recuerdos infantiles de muchos aficionados ya no son tardes felices y nostálgicas en Primera. Los recuerdos de muchos aficionados son capazos de mierda y más mierda. Quizá por ello la grada sabe cuándo apretar y cuándo mirar hacia otro lado: es más comprensiva que nunca con el error técnico, tan comprensiva como nunca lo fue con la limitación propia de la categoría, y premia el esfuerzo, lo único innegociable y exigible siempre hoy en día. Por ahí se torció pronto Will, por ejemplo, y por ahí se ha construido la seña de identidad actual. La del equipo que va y que va y que vuelve a ir, la del equipo que falla pero se levanta, la del equipo que nunca se rinde y la del equipo que puede perder partidos, campeonatos y ascensos, pero nunca el orgullo ni la vergüenza.

Toda esta nueva manera de ser no debe estar reñida con la exigencia, y ahí es donde viene el reto y donde se necesita uno de esos equilibrios futboleros, tan claros en la teoría y tan difíciles en la práctica. El play-off suele ser territorio para equilibristas: la emoción y el control, el dolor y el deseo, la sangre y la cabeza. El Castellón debe escapar del sambenito que le cuelga, el de club pierdepromociones, con 7 fiascos en los últimos 8 intentos. Esta vez le puede ayudar una sensación desconocida, la de no pensar que se juega la vida, porque el futuro económico del club se encarrila en otra senda. También la lección de haber temido tanto por la propia existencia, la enseñanza del espíritu forjado en la resistencia, la de estar en paz con uno mismo: saber que cuando el infrafútbol acabe, este año o cuando sea, haber conservado el himno, el nombre y la historia habrá merecido la pena.