Kilómetros y más kilómetros. La vibración de la ventana del bus sobre la cabeza. El sueño mal engañado y los músculos contraídos. Despertar desorientado en áreas de servicio. Y los nervios: los nervios de toda la semana, los nervios de la previa, los nervios del camino y los nervios del partido. Nervios en el autobús, nervios que no dejan comer, nervios al entrar al campo, nervios en la grada y nervios hasta el final del partido. Un padecimiento irracional que se compensa con un gesto en apariencia sencillo: Iván Sales recoge una pelota, la asea de zurda y la cruza a la red con estilo. Es el minuto 86 de la primera eliminatoria del play-off y en el campo Santa Ana hay un padre y un hijo. El padre se llama Rafa Calero y no viajaba con el Castellón desde que nació su hijo. Su hijo se llama Nacho y tiene 16 años. Ayer vivió su primer gran desplazamiento como hincha de su equipo. El gol que nunca olvidará lo marcó Iván Sales, su jugador preferido. Minutos antes se había acercado en la banda a su lugar de calentamiento. «Iván, hoy vas a marcar», le dijo. Minutos después Iván hizo el 1-1 que alimenta la esperanza albinegra hacia el anhelado ascenso de categoría. Cuando acabó el partido, Rafa estaba grabando los aplausos de ida y vuelta de la grada al equipo. De pronto en la imagen apareció su hijo, que había saltado al césped para abrazar a Iván Sales y cerrar un círculo.

Rafa y Nacho viajaron en el autobús que fletó la Federación de Peñas. Salieron el sábado por la noche, poco después de la madrugada. Durmieron algo en el autobús, que paró hacia las siete de la mañana, la hora del desayuno. Hacia las diez pisaron por fin Cantabria. Pasaron el día de turismo. En Santillana del Mar, en Santander capital y en la vecina Torrelavega. Visitaron el bar El Refugio, donde a principios de los ochenta unos chavales fundaron el CD Tropezón de Tanos. Allí trataron amistosamente con hinchas de diferentes equipos. Se desearon suerte para las próximas semanas. Entraron luego al campo del Tropezón, encajaron un gol que no merecían e imaginaron muy fuerte el final soñado. Despidieron a los jugadores tras el 1-1, cumpliendo con la liturgia y se subieron de vuelta al autobús, felices. Ahí esperaban otros setecientos kilómetros hasta Castelló. Mil cuatrocientos en total. A las ocho de la mañana Rafa llegará a casa. Se dará una ducha rápida e irá a trabajar «con una sonrisa». Su hijo acudirá puntual a clase en el instituto. Seguro que con una sonrisa parecida. «´Papá, estás emocionado´, me ha dicho». Lo cuenta Rafa mientras el bus avanza a la altura de Bilbao. Recuerda con orgullo a Nacho jugando con el Castellón prebenjamín y ganando la Liga: «Es que él juega a lo Iván Sales, en plan artista». En el ánimo de Rafa no pesan los kilómetros, ni los que lleva ni los que quedan. «Ha merecido la pena. No siento nada de cansancio». Es la euforia de un gol en los últimos minutos, la euforia de ser padre y la euforia de ser hincha. Todo en uno y todo bien. Todo en orden. El domingo que viene hay más. El fútbol.