Con cambios menores, en términos relativos a una vida humana, y extraordinarios si consideramos los últimos 200 años, no hay duda que el clima está perturbado. Prueba de ello es la cantidad de trabajos científicos que están saliendo a la luz, en las revistas especializadas, durante este comienzo de 2009, y que apuntan hacia una irreversibilidad de los daños causados por el cambio climático, al menos a «corto plazo» (varios siglos).

Científicos del Laboratorio de Investigación del Sistema de la Tierra (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, EEUU) publican esta semana en Proceedings of the National Academy of Science, que si los niveles de CO2 en la atmósfera siguen aumentando habrán menos precipitaciones en aquellas áreas que ya están en sequía. Además, añaden que, el calentamiento global esta retrasándose debido a que los océanos absorben calor que algún momento tendrán que devolver a la atmósfera. Lo cual, en lenguaje coloquial, significa que «lo peor está por venir». Incluso si se consigue a nivel global que las «emisiones» a la atmósfera se reduzcan (motores alimentados por combustibles renovables), las temperaturas en la superficie del planeta, el nivel del mar y las precipitaciones seguirán aumentando al menos durante 1.000 años.

Menos agua, más desierto

En la actualidad la concentración de CO2 en la atmósfera es de aproximadamente 390 partes por millón (ppm), y si seguimos incrementándolas vendrá el desastre. Los modelos de análisis computacional indican que entre 450 y 600 ppm, las precipitaciones de lluvia disminuirán en el sur de Europa, norte de África, suroeste de Norteamérica y en ciertas zonas de Australia, mientras que el incremento de temperatura registrado ahora de +0,75ºC pasará a +1,5ºC. Estas rebeliones disminuirán los abastecimientos de agua para consumo humano, aumentarán los incendios en las zonas secas, los ecosistemas «rechinarán» y los desiertos se expansionarán. A 600 ppm de CO2, el nivel medio del mar aumentará entre medio y un metro para el año 3.000, lo cual inundará costas y sumergirá numerosas islas.

En este panorama pésimo nuestra especie se adaptará, no hay duda, pero no por igual en todo el planeta. La idea de dejar de emitir CO2 a la atmósfera mañana mismo y que el clima retorne al estado de hace cien años, es una falacia, las temperaturas tardarán, según los investigadores, más de 1.000 años en recuperarse. No hay que olvidar que el clima cálido hacia el que caminamos, en términos globales, tiene efectos sobre los océanos expandiéndolos y acelerando el deshielo en Groenlandia y la Antártida.

También el calentamiento global esta provocando en el océano zonas desprovistas mayoritariamente de vida marina, lo que denominan «zonas muertas» (residuales en vida), al menos así lo publican en Nature Geoscience científicos del Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague (Dinamarca); estas áreas necesitan más de 2.000 años para recuperar su normalidad.

Los investigadores han simulado diversos modelos climáticos en sus ordenadores para conocer que ocurrirá a largo plazo, y en el peor de los escenarios, un aumento de tres veces en el contenido de CO2 del aire, a finales del siglo XXI (suponen), produciría un aumento de la temperatura de +7ºC. Lo cual llevaría a un océano más caliente con una circulación del agua más lenta que provocaría un descenso calamitoso de los niveles de oxigeno, con acidificación del agua, en amplias zonas que acabaría con la vida de millones de peces, crustáceos y plantas marinas. De seguir así, la llamada reserva marina de alimentos esta gravemente amenazada.

Más árboles muertos

Otro estudio aparecido estos días en la revista Science realizado por científicos de la Inspección Geológica USGS de los EE.UU., demuestra la muerte acelerada de los bosques primarios (pinos, abetos, cicutas y otras coníferas) del oeste del país. Desde hace algunas décadas la tasa de mortandad de estos árboles se ha duplicado debido al calentamiento global, lo que comportará en el futuro bosques más escasos que almacenarán menos carbón, y con una reducción notable del hábitat para muchos animales; en definitiva más sequías y más árboles caídos, y por lo tanto mayor riesgo de incendios.

Los análisis detallados demuestran que esta reducción de bosques no tiene nada que ver con sus dinámicas internas (no han cambiado los índices de crecimiento, ni de apiñamiento), ni con la contaminación del aire. Sin embargo, el aumento de temperatura en el bosque se correlacionó con el aumento de los índices de mortandad.

El aumento de temperatura en esta zona del oeste norteamericano, plagada de bosques primarios, ha cambiado los patrones estacionales; así, los veranos se están alargando, con aumento consiguiente de las condiciones de sequía, y proliferación de microorganismos e insectos, como el gorgojo descortezador del pino, que se alimentan de estos árboles.

También los vientos, alterados en esta época de cambios, tienen influencia en las estaciones. Investigadores de las Universidades de Harvard y California (Berkeley), publican esta semana en Nature que las estaciones llegan ahora dos días antes, es decir que la floración de las plantas ocurre antes de tiempo, que los procesos migratorios de la aves se inician más precozmente y que el rompimiento del hielo oceánico se realiza con antelación. No sólo, dicen los científicos, se han incrementado las temperaturas promedio en todo el mundo en los últimos 50 años, sino que el día más caliente del año también se ha adelantado dos días.

Entre los sospechosos, de este asesinato de costumbres, las estaciones en muchos lugares del mundo se han solapado en exceso quedando resumidas a dos (calor y frío), están los gases de efecto invernadero (calentamiento global), la actividad humana, y cambios en los patrones de vientos, especialmente en el sistema denominado modo «Anular del Norte» que determina por qué un invierno es diferente a otro, al menos en el hemisferio norte. Es decir, que por estas latitudes se esperan veranos más calientes e inviernos más fríos, con la temperatura máxima del verano y la más baja del invierno llegando antes de hora cada año.

Menos «ionosfera»

Y para finalizar esta tragicomedia (por no poner soluciones) el satélite C/NOFS de la NASA nos comunica que la frontera entre la atmósfera superior de la Tierra y el espacio exterior, la «Ionosfera», esta encogiéndose con rapidez. La «Ionosfera» es una envoltura gaseosa que rodea el planeta, repleta de partículas cargadas eléctricamente, que es importante para la correcta transmisión de ondas de radio, señales de radar y sistemas de navegación GPS; disturbios en esta ordenación interrumpirían las comunicaciones. Los investigadores han descubierto que la «Ionosfera» no estaba donde suponían con anterioridad, a 640 kilómetros de altitud por la noche y a 960 km durante el día. La «Ionosfera» se había contraído, situándose durante la noche a 420 kilómetros y durante el día a 800 km.

Es el momento del «juntos podemos» mejorar el clima.