En mayo de 2010 la nota descriptiva nº 193 de la OMS, al igual que la anterior de mayo de 2006 (nº 304), afirmaba con rotundidad «a día de hoy no se ha demostrado que el uso del teléfono móvil tenga efectos perjudiciales en la salud», a pesar de la universalización (4.600 millones de contratos); hoy los urbanitas estamos literalmente bañados por campos electromagnéticos, aumentando en las ciudades la densidad de sus frecuencias más de 300 millones de veces, en los últimos 30 años.

Por supuesto, ambas notas de la OMS (2010 y 2006) son cuestionables con la literatura científica en la mano, desde el mismo día de su publicación, y algunas de esas pruebas han sido explicadas en estas mismas páginas desde hace algunos años, especialmente desde que un grupo de investigadores valencianos demostramos en la revista Electromagnetic Biology and Medicine (2003) que vivir junto a una instalación base (antenas) de telefonía móvil no era muy saludable. Permítanme que a modo de recordatorio les deje un par de esos titulares publicados en Levante-EMV: «La telefonía móvil y los niños» (junio 2008) o «Móviles, gliomas y espermatozoides» (noviembre 2009), entre otros. Obvio la presión sometida desde años hacia aquellos que osaron dudar de la salubridad de este tipo de tecnología que penetra exponencialmente en nuestras vidas; todos los gobiernos dispusieron primero la mano recaudatoria olvidando su compromiso social de protección de la salud (artículo 130 R del Tratado de la Unión Europea, Principio de Cautela o Precaución, y su equivalente en la OMS, el criterio ALARA) y que ahora 20 años después comienzan a rasgarse las vestiduras.

Pero volviendo con la alerta, en esta ocasión OMS y la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC) vinculan los móviles con un posible riesgo de cáncer cerebral en seres humanos, considerando a los campos electromagnéticos generados por las radiofrecuencias (RF; 900-2000 MHz) de esta tecnología como «posiblemente carcinogénicos para los humanos» y los incluyen en la categoría «2B». La decisión de ambos se basa en las evidencias obtenidas sobre la incidencia de los campos electromagnéticos en la génesis de un tipo maligno de cáncer cerebral denominado glioma; datos, y pásmense, que ya fueron publicados hace más de ocho años, y que apuntaban, tras una media de uso del móvil de 30 minutos al día durante 10 años, un aumento del 40% en este tipo de cáncer. Al menos, coincidirán conmigo, que estos expertos tienen un problema, un retardo en la toma de decisiones (síntoma del síndrome de microondas), quizás por un exceso profesional del uso de esta misma tecnología sobre la cual cargan ahora sus tintas. La OMS hace un año afirmaba también que en los estudios donde se han investigado los efectos de las RF sobre la actividad eléctrica cerebral, función cognitiva o el sueño, y hasta la fecha, no habían encontrado nada; otro error. Por otro lado, la propia IARC en sus Monografías de evaluación de riesgos carcinogénicos en humanos, ya incluía, al menos desde 2002 (volumen nº 80) a los campos magnéticos (de frecuencia extremadamente baja, 100 Hz) en su grupo «2B»; algo ya sabían, ¡qué pillines!

Además de la reciente resolución del Russian National Committee on non-ionizing Radiation Protection que demanda protección frente a la radiación electromagnética para niños y adolescentes, el Comité Permanente del Consejo de Europa (Resolución 1815) pide esta semana a los gobiernos que adopten todas las medidas razonables para reducir la exposición a campos electromagnéticos, especialmente las RF de la teléfonía móvil, y añade que «en particular la exposición de niños y jóvenes que parecen estar en mayor riesgo de sufrir tumores cerebrales». Este informe, recomienda tener en cuenta «tanto los efectos térmicos y los atérmicos o biológicos de la emisiones electromagnéticas»; por fin, admiten la biomedicina. Y es muy curioso, que este informe aprobado en la Comisión de Medio Ambiente, Agricultura y Asuntos Territoriales del Consejo de Europa, en su primera versión decía en su punto 8.3.2 «prohibir todos los teléfonos móviles, DECT y WLAN o Wi-Fi en las aulas y escuelas, como propugnan algunas autoridades regionales (españolas ninguna, añado), asociaciones médicas y organizaciones civiles», y que en su versión definitiva, como dice un amigo, sufrió un pulido, y pasamos de prohibir a «dar preferencia (para niños y escuelas) a los sistemas de acceso a internet a través de conexión por cable…». Poca ciencia, poca seriedad y poco servicio a la sociedad de unas instituciones públicas que nunca son culpables de nada. Salud y Ciencia.